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El hambre electoral

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El boceto electoral de la contienda presidencial 2016 sigue tomando forma. Ya la demócrata Hillary Clinton, ex Secretaria de Estado, ex senadora de Nueva York y ex primera dama desde 1993 hasta el 2000, habría alquilado unas oficinas en Brooklyn, NY, para lo que sería su sede de campaña, augurando la pronta oficialización de su búsqueda por la Casa Blanca sin que se defina todavía si otros demócratas retarán por la nominación a quien parece ser la candidata inevitable (aunque nunca se sabe).

Por el bando republicano hay potenciales aspirantes a la nominación de su partido a diestra y siniestra. El primero en oficializarlo fue Rafael Edward “Ted” Cruz, senador de Texas. Se anticipa que esta semana el senador de Kentucky, Rand Paul, haga lo propio; y la semana entrante hay especulación sobre lo que podría anunciar el senador de Florida, Marco Antonio Rubio, en torno a su futuro político. Abril trae flores y campañas.

Hasta el momento, los potenciales aspirantes republicanos parecen clones; una masa homogénea de un conservadurismo de dos caras y, en la mayor parte de los casos, de extremismo en temas como la inmigración.

Con quien pueden establecerse algunos contrastes es con el ex gobernador de Florida, Jeb Bush, el único que habla, hasta ahora, de que es imposible deportar a más de 11 millones de indocumentados, de una larga vía a la legalización que puede conducir a la ciudadanía; y quien en su momento declaró que quienes cruzan la frontera buscando una mejor vida para sus familias realizan un acto de amor.

Nada que ver con Rubio, que ha bailado al son que le toquen, y de ser coautor de un plan de reforma migratoria con vía a la ciudadanía, ahora, como los demás, repite la muletilla de la seguridad fronteriza primero. Mucho menos que ver con el gobernador de Wisconsin, Scott Walker, quien también se mueve como veleta al viento: de apoyar una vía a la legalización, a luego decir que no, y ahora habla de que los indocumentados ―así lleven décadas aquí y tengan hijos ciudadanos―, retornen a sus países de origen para solicitar la residencia, una vieja propuesta irreal que no ha progresado en previos debates migratorios en el Congreso.

De Cruz ya hablamos: seguridad fronteriza primero y muchos grises en torno a los indocumentados: ¿legalización sin ciudadanía?

Queda claro que en la pasada década el Partido Republicano se lanzó por un precipicio derechista del cual se le dificulta salir. La última vez que un republicano ganó la Casa Blanca fue en 2004, George W. Bush, un presidente pro reforma migratoria que logró 44% del voto hispano. Con otro ciclo electoral en puerta, el GOP, una vez más, está en una encrucijada: o trata de salir del precipicio o sigue cavando un hoyo más profundo. O elige un nominado presidencial que los ayude a atraer votantes fuera de su segura base, o mantiene su irrelevancia a nivel nacional.

Para eso hay que tener hambre de triunfar. Queda por ver si su hambre por volver a ocupar la Casa Blanca lleva al partido a elegir un nominado capaz de competir efectivamente con el o la aspirante demócrata. Un aspirante republicano que apele a una nueva cepa de votantes latinos que han crecido viendo a la colectividad republicana satanizar a sus padres, familiares y conocidos indocumentados.

Pero ojo: aunque los republicanos le han colocado el voto latino en bandeja de plata a los demócratas, la tarea no está completa. Quien sea el nominado o la nominada demócrata tiene tarea pendiente desde la promesa de Barack Obama en 2008 de impulsar una reforma migratoria que no se ha logrado. Las acciones ejecutivas temporales siguen paralizadas y la inmigración será tema central en las elecciones de 2016.

Hillary Clinton siempre ha tenido hambre por la presidencia. La tuvo en 2008 cuando peleó con uñas y dientes por la nominación demócrata que perdió ante Obama. Tiene a su favor que durante la presidencia de Bill Clinton, los latinos, como el resto del país, gozaron de bonanza económica. Tiene en su contra que en 1996 Clinton promulgó dos de las reformas más restrictivas en la historia del país: la de asistencia pública o welfare y la de inmigración, que afectaron incluso a inmigrantes con residencia legal. Y en el caso de la inmigración nos dieron las llamadas prohibiciones de los 3 y los 10 años que han impedido que muchos indocumentados peticionados por ciudadanos o residentes permanentes puedan legalizarse.

Un gran segmento de los votantes latinos de este ciclo electoral son jóvenes que no necesariamente le prestan una lealtad ciega a ninguno de los partidos y que están hambrientos de claridad de posturas de parte de los candidatos, sobre todo en inmigración, y de un cambio que vaya más allá de una consigna de campaña.

Maribel Hastings es asesora ejecutiva de America’s Voice