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El COVID-19 y el latente trauma boricua

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San Juan.- COVID-19 vino a colocarle la cereza al pastel en Puerto Rico.

Digamos que desde septiembre de 2017 la isla no saca los pies del plato. Nos azotaron dos huracanes, “Irma” y “María”, con apenas días de diferencia. “María” provocó muerte y una devastación en diversos renglones que dos años y medio después todavía no se superan. Al sol de hoy, hay personas cuyos hogares no tienen techo, industrias completas que no se han recuperado, además de cicatrices emocionales que no han sanado.

Después vino otro tipo de desastre, uno político, al menos para el gobernador Ricardo Rosselló, quien terminó renunciando a su cargo tras multitudinarias protestas que paralizaron a la isla, motivadas por el hartazgo del pueblo con su desgobierno.

Luego la tierra comenzó a temblar y aunque ha disminuido la cantidad y la intensidad, sigue temblando. En el sur hay hogares, escuelas y otras estructuras que están inservibles y cientos de vidas han sido perturbadas.

Todavía no nos recuperábamos del triple jab de huracanes, protestas y temblores y nos preguntábamos inquietos cómo Puerto Rico podría enfrentar un desastre natural que no avisa, como un terremoto, con nuestra infraestructura en mal estado, viviendas que no se sostienen, falta de planes coordinados del estado y, sobre todo, hospitales en crisis por falta de personal y equipos.

Los isleños estaban tan traumatizados por los temblores en enero de 2020, que decidieron decirle adiós al mes como si fuese la despedida de año, con todo y fuegos artificiales. Muchos se preguntaban qué más podía pasarnos.

Y entonces COVID-19 se personó en nuestras costas.

Quizá porque ya estamos tan predispuestos al desastre, nuestra reacción inicial es actuar como si viniera un huracán: abarrotamos tiendas y supermercados abasteciéndonos de lo que sea y en grandes cantidades con el recuerdo de “María” y su escasez vivos en la memoria.

Y aunque inicialmente se cometieron muchos errores, entre otros permitir el atraco de cruceros y el desembarco de viajeros que luego se supo estuvieron expuestos al temible virus, hay que reconocer que el gobierno de Wanda Vázquez tomó medidas prontas para tratar de aminorar el contagio, incluyendo toques de queda, distanciamiento social, permanencia en los hogares y limitar la circulación vehicular a ciertos días de la semana.

Muchas de las medidas son incluso más estrictas que las que se han tomado en ciudades de Estados Unidos azotadas por la pandemia.

Como en otros lugares, no hay pruebas suficientes para la población y los hospitales carecen de los equipos requeridos en caso de que el virus se propagara a gran escala. Y la fuga de profesionales de la salud es algo que viene afectando a la isla por los pasados años. Como en otros lugares nos preguntamos ansiosos si los hospitales colapsarán en caso de que se multipliquen los contagios. Al momento en que escribo había 513 casos positivos y 21 fallecimientos. 

Como en otros lugares, nuestro personal médico realiza una labor encomiable y con escasos recursos. La bondad, el ingenio y el humor boricuas también han aflorado.

Y como en otras partes, entre la población encontramos de todo: desde los patanes que no respetan nada y que ponen en riesgo sus vidas y las de otros; los que se lamentan de tener que estar encerrados en sus hogares y se cantan aburridos; y estamos los que quisiéramos tener el lujo de aburrirnos pero estamos dedicados a cuidar de padres enfermos, con el alma en vilo temerosos de que esos parientes sucumban no por la enfermedad que los aqueja, sino por el temido virus.

Pero como siempre operamos en el modo de desastre, siento que al menos donde vivo la gente se ha tomado la amenaza en serio y está actuando acorde tomando las debidas precauciones.

Como en otras partes, no sabemos qué nos depara el futuro inmediato, cuándo COVID-19 nos dejará, a cuántos se llevará, ni cuándo nuestras vidas recuperarán un ápice de “normalidad”.

Lo que sí puedo asegurar es que para la isla el azote de COVID-19 ha sido como llover sobre mojado, otro trauma sin haber superado los anteriores. 

Y en junio comienza la temporada de huracanes.

Maribel Hastings