A pesar de todo el optimismo generado por el ascenso demócrata al control de la Cámara de Representantes, el nuevo año 2019 comienza con las viejas malas costumbres y la demagogia del presidente Donald Trump, quien provocó el cierre del gobierno federal por una crisis fronteriza fabricada por él mismo para complacer su ego y justificar el despilfarro de casi 6 mil millones de dólares en el muro (verja, barda, reja, barrera o portón) que le prometió a su prejuiciosa y cegada base.
Lo que un sector de esa base parece ignorar es que el cierre del gobierno no solo afecta a los 800 mil empleados federales perjudicados por el tranque, a los contratistas o a los negocios comunitarios que sirven a esos empleados. Los puede afectar directamente a ellos si, por ejemplo, dependen de estampillas de alimentos para comer, o si requieren de los servicios de las agencias federales afectadas.
El dramón del cierre gubernamental, otro episodio del reality show que es la presidencia de Trump, es todavía más indignante si se considera que el grueso de quienes defienden a este presidente y al muro, dentro y fuera del Congreso, ni siquiera viven en la frontera y no tienen la más mínima idea de la dinámica de este sector.
Pero es esa base recalcitrante la que mueve al mandatario a llegar hasta las últimas consecuencias con tal de hacer realidad el grito de guerra de la campaña presidencial de 2016, de que levantaría un muro y que México pagaría por el mismo, lo que tampoco ocurrirá.
Por eso no compro del todo el argumento de que Trump apeló a sectores lastimados y olvidados por la economía y estoy convencida de que son factores raciales y de prejuicio los que mueven a esta base. Muchos viven a miles de millas de distancia de la frontera, desconocen la dinámica diaria y le creen a un demagogo que afirma que hay una crisis nacional en la franja fronteriza.
Y si le creyeron a Trump cuando les prometió bonanzas económicas, ya deberían haberse dado cuenta de que en los primeros dos años de su administración los únicos beneficiados por sus políticas han sido corporaciones y millonarios. Trump y los republicanos los han querido dejar sin seguro médico en su afán de deshacer el Obamacare, pero como quedó demostrado en las elecciones de 2018, dieron marcha atrás al percatarse de que el odiado Obamacare beneficia a muchos de sus seguidores.
Con el cierre, Trump también demuestra que le importan un comino las necesidades de cientos de miles de trabajadores y sus familias que, contrario a Trump, viven de cheque en cheque y sí pagan impuestos. ¿Qué empatía puede tener Trump con cualquiera de estos empleados? Ninguna. Por eso no le pesa decir que el cierre puede durar “meses y hasta años”.
Y su cuerda de habilitadores, quienes tampoco sufren de carencias económicas, siguen apareciendo en la televisión defendiendo a Trump y propagando la mentira de que hay una crisis en la frontera con “millones” llegando a este país sin supervisión. Escuché a uno de estos personajes decir el domingo que la mayor parte de la heroína que llega a Estados Unidos entra por la frontera sur, pero no dice que si en este país no hubiera la demanda que hay de drogas, el negocio del narcotráfico no sería tan floreciente.
La portavoz presidencial de Trump, Sarah Sanders, también se sumó al coro de mentirosos asegurando que terroristas ingresan por la frontera sur. Alguien debería refrescarles la memoria y recordarles que en el mayor ataque terrorista en suelo estadounidense, el 11 de septiembre de 2001, los terroristas habían llegado a este país con visados que luego expiraron y provenían, por cierto, de Arabia Saudí, el país musulmán favorito de Trump y de su familia.
No sé cómo terminará la novela del muro. Lo que sí sé es que el electorado colocó a los demócratas al mando de la Cámara Baja buscando algún tipo de supervisión sobre esta Casa Blanca y el peligroso mitómano que la ocupa. Claro está que hay límites, pues los republicanos controlan el Senado y Trump tiene poder de veto. Y un pequeño detalle: gran parte de los legisladores también son millonarios ajenos a las necesidades diarias de la clase media trabajadora y de las personas de escasos recursos.
La bancada demócrata de la Cámara Baja es más diversa, pero queda por ver si los intereses reales de esas familias trabajadoras son atendidos en medio de los dimes y diretes que consumirán a Washington a escasos dos años de las próximas elecciones presidenciales.
El cierre del gobierno augura una guerra sin cuartel.