WASHINGTON, DC – Donald J. Trump pronuncia esta semana su primer discurso presidencial ante una sesión conjunta de un Congreso de mayoría republicana. Y aunque no es propiamente un discurso sobre el Estado de la Unión, no hay que ser un genio para reconocer los retos que enfrentamos.
Nuestra nación está dividida entre los leales a Trump y los que vemos con horror sus excesos en materia de política pública, como su veto musulmán y su Fuerza de Deportación; sus continuos ataques a la prensa a la que acusa de reportar “noticias falsas”, aunque sea él una máquina de mentiras, exageraciones y elucubraciones que pronuncia sin ningún pudor; sus potenciales vínculos con un dictador como Vladimir Putin y el gobierno ruso, y sus preocupantes intentos de influenciar a una agencia federal como el FBI para que desmintiera los reportes de prensa sobre Rusia, a pesar de que hay investigaciones en curso.
Parecen ser dos naciones compartiendo el mismo espacio. Sus fieles seguidores aplauden cada una de sus locuras y justifican sus exabruptos; mientras otros presenciamos con alarma la conducta errática de un presidente desinformado e inestable rodeado de asesores que impulsan una agenda aislacionista y etnocentrista, aunque ello suponga pisotear la Constitución que tanto dicen defender, e ignorar la historia de esta nación, los valores que ha defendido y su realidad demográfica.
Los abiertos ataques de esta administración a los inmigrantes ―en realidad, a las minorías más vulnerables― han sido crueles y apenas comienzan. La cultura de estado policial que fomenta entre los encargados de nuestra política migratoria es inquietante. Sus contradictorias posturas de política exterior son confusas y provocan vergüenza ajena. Trump es el estereotipo del llamado “Ugly American” tanto a nivel internacional como a nivel doméstico.
Sin embargo, hay señales de luz al final del túnel.
Aunque los más ciegos seguidores de Trump lo apoyan incondicionalmente, hay sectores que han comenzado a cuestionar sus propuestas.
En días pasados se reportó sobre las asambleas populares en las cuales senadores y congresistas republicanos fueron duramente cuestionados por sus representados, incluyendo republicanos, por los intentos de “revocar y reemplazar” la Ley de Cuidado Médico Asequible (ACA), mejor conocido como Obamacare y que ha permitido que 22 millones de estadounidenses que no tenían seguro médico lo tengan. Trump quiere cumplir su promesa de campaña, pero ni la Casa Blanca ni el Congreso republicano tienen un plan concreto para hacerlo.
Trump y la Casa Blanca han tildado a los manifestantes de “activistas pagados”, pero han sido desmentidos a cada oportunidad.
Cuando se implementó la orden ejecutiva vetando a ciudadanos de siete países en su mayoría musulmanes, las protestas a través del país fueron numerosas y orgánicas.
Y ahora que su fuerza de deportación está en pleno apogeo, diversos medios reportan sobre redes, iglesias e individuos que están prestando sus propias casas o habilitando otras para que sirvan de refugio a indocumentados en riesgo de ser detenidos y deportados.
Del mismo modo que la candidatura y eventual presidencia de Trump sacaron lo peor de ese sector de nuestra población que es racista y prejuicioso, sus excesos también están sacando lo mejor de nosotros: alzar la voz ante las injusticias y combatir el abuso y los atropellos.
La eterna lucha entre el bien y el mal se manifiesta una vez más, y aunque no siempre el bien gana, nos toca a cada uno de nosotros hacer que esta vez sí lo consiga.