El presidente de la nación más poderosa del mundo, Donald J. Trump, usa la miseria de unos cuantos migrantes, muchos de ellos niños —que el domingo arribaron a la frontera sur, en San Diego, California, con la esperanza de solicitar asilo— para seguir vendiendo su falsa idea de una franja descontrolada y de una invasión que existe en su mente y en la de su base, que cree que los cambios demográficos ponen en peligro su subsistencia.
La imagen del bocazas Trump, quien personifica al llamado Ugly American, emprendiéndola contra mujeres y niños que desde febrero salieron de países centroamericanos plagados de violencia y huyendo literalmente por sus vidas, ilustra la imagen del poderoso pisoteando a los más débiles.
Y en ese sentido, el peregrinaje de los migrantes centroamericanos, que no es nuevo, pero que este año cobra especial atención ante las políticas antiinmigrantes de Trump, nos recuerda que fueron precisamente otras de las políticas de Estados Unidos en materia militar y económica, por nombrar dos, las que contribuyeron en parte a crear las terribles condiciones de pobreza, violencia y desigualdad que plagan a tantos países de nuestro hemisferio y del mundo.
De este lado y en los círculos de poder se habla de la violencia y de la pobreza de estas naciones en abstracto como si Estados Unidos tuviera las manos limpias; como si las políticas intervencionistas que impulsaron con la complicidad de gobiernos corruptos de este hemisferio y del mundo no fueran responsables de las desgracias de millones.
La desigualdad económica y social, caldo de cultivo de todos los males de los que huyen estos migrantes, no se produjeron por arte de magia. Son producto de las políticas que aún hoy permiten que unos pocos controlen toda la riqueza del mundo y los más tengan que rascar la tierra para sobrevivir.
Y como provienen de países considerados “aliados” y “amigos” de Estados Unidos, la brutal violencia de la que huyen no es razón suficiente para obtener asilo aquí. Que lo digan los mexicanos víctimas de la violencia del narcotráfico alimentado por el consumo de drogas de los estadounidenses y de narcos que matan con armas también estadounidenses. En el gobierno de Trump es todavía más difícil tener éxito al solicitar asilo.
A lo largo del domingo, CNN reportó en vivo los pormenores del arribo de la caravana de migrantes a Tijuana, Baja California, donde se anticipaba que cerca de 200 de las 1,000 personas que llegaron intentaran solicitar asilo.
Los abogados que los recibieron explicaron que solo las personas con mayores posibilidades de sobrevivir la entrevista de asilo en la era de Trump intentarían probar su suerte.
La corresponsal de CNN, Leyla Santiago, entrevistó en un autobús a una abuela salvadoreña que hizo la travesía con dos nietos. La mujer dijo sentirse alegre de estar tan cerca de la frontera, pero preocupada de que al arribar fueran a quitarle a los niños por ser su abuela.
Como ella, otras madres oscilaban entre el alivio de haber arribado a la frontera con Estados Unidos y la incertidumbre de lo que vendrá.
Pero como escribió el cantautor catalán Joan Manuel Serrat en su canción “Disculpe el Señor”: “Son pobres que no tienen nada de nada. No entendí muy bien si nada qué vender o nada qué perder, pero por lo que parece, tiene usted alguna cosa que les pertenece”.
Les pertenece el derecho humano de vivir dignamente y seguros. De arribar a esta frontera a solicitar legalmente asilo como puede hacer cualquier persona que huye de la violencia y la persecución. O como reza en la Declaración de Independencia de Estados Unidos, los hombres son dotados de ciertos derechos inalienables, entre otros, el derecho a la vida, la libertad y la felicidad, algo que para el Señor Trump solo parece aplicar a quienes luzcan como él.
Maribel Hastings es asesora ejecutiva de America’s Voice