La guerra que el presidente de Estados Unidos ha desatado desde el principio de su gobierno en contra de la Acción Diferida para Quienes Llegaron en la Infancia (DACA) y, por ende, contra sus miles de beneficiarios y sus familias, lo ha mantenido ocupado en idear diversas formas de infligir el mayor daño posible a los jóvenes protegidos por este programa.
Es como una obsesión no concretada del todo, misma que lo ha llevado incluso a cancelarlo en 2017, sufriendo varios y contundentes reveses en cortes menores, razón por la que DACA se encuentra precisamente en estos momentos en manos de la Suprema Corte de Justicia, que el pasado 12 de noviembre escuchó los argumentos orales a favor y en contra del programa, a fin de evaluar su situación y emitir un fallo el próximo año.
De hecho, en uno de sus últimos tuits al respecto, en el contexto de la audiencia de la Suprema Corte, el mandatario lanzó un nuevo dardo envenenado al decir que muchos de los protegidos por DACA ya no eran tan jóvenes, distaban mucho de ser “ángeles” y que algunos eran “duros y habituales delincuentes”.
¿A cuenta de qué volvió a referirse con tal visceralidad sobre los Dreamers, que ningún daño le han hecho ni al país, ni a su estabilidad, ni a su seguridad nacional, como sí ha sido su presidencia desde el primer día, razón por la cual está en la cuerda floja conforme avanza el entramado del juicio político en su contra?
El porqué se llegó a ese punto es algo que va más allá de lo legal, pues independientemente de que su origen haya sido una orden ejecutiva emitida por la administración anterior en 2012, DACA ha funcionado a la perfección en diversos frentes: en principio, ha dado alivio a esos miles de jóvenes que han podido seguir estudiando; y segundo, les ha permitido hallar empleo, iniciar negocios, abrir fuentes de trabajo, comprar casas, pagar impuestos y un sinfín de muchos otros beneficios a la economía estadounidense.
Es decir, los ha convertido en entes productivos, como cualquier otro estadounidense promedio. ¿Qué país no agradecería que este rescate social tuviera un efecto semejante en su sociedad, enriqueciendo el aspecto humanitario del tema, pero sobre todo alejando de otros peligros a un segmento importante de la población?
La semana pasada, por cierto, se dieron a conocer los resultados de un estudio llevado a cabo por la Universidad de Harvard sobre los múltiples beneficios de DACA, pero sobre todo el peligro que representaría para el país y para sus beneficiarios la desaparición del programa.
“Terminar DACA podría significar un retroceso al increíble progreso logrado durante los últimos siete años. Nuestra esperanza es que los resultados de este reporte ayuden a entender cuán crucial y exitosa es esta política”, dice el estudio. Y añade: “Este informe nos recuerda la importancia que DACA ha tenido en las vidas de jóvenes indocumentados. Sus historias muestran cómo DACA ha tenido un efecto positivo en ellos, sus familias y sus comunidades. DACA está cambiando vidas”.
Comprobada su eficacia a lo largo de estos siete años de existencia, no se puede entender la negativa del actual gobierno a aceptar esa realidad si no es desde la perspectiva de la discriminación y del racismo. Ya se sabe que la inmensa mayoría de los Dreamers proviene de familias latinoamericanas que, como millones de otros inmigrantes antaño, encontraron en la geografía estadounidense y en su economía un lugar donde establecerse e iniciar todo de nuevo, tras abandonar, sin más opciones, sus respectivos lugares de origen.
Pero la agenda racista-xenófoba en la que Trump apoya buena parte de sus políticas migratorias se vuelve cada vez más nítida, y al mismo tiempo más cruel, sin que esto le preocupe al mandatario. Muestra de ello son los recientes mensajes que el asesor de la Casa Blanca, Stephen Miller, envió al medio conservador Breitbart News entre 2015 y 2016, mismos que fueron revelados hace unos días por el Southern Poverty Law Center (SPLC), en los que detecta “la ideología extremista y antiinmigrante que sustenta las políticas de la presidencia de Trump”.
En otras circunstancias, un funcionario con tal perfil ideológico fascista tendría que estar desocupando de inmediato su oficina; sin embargo, en la Casa Blanca amoldada al estilo de Trump, dicha ideología parece ser la idónea y la que tanto celebra y emula el mandatario en sus tuits desde que despunta la mañana.
En fin, cualquiera que sea el fallo sobre DACA de los magistrados de la Suprema Corte en 2020 deberá tomar en cuenta el espíritu y los valores entre los que han crecido estos miles de jóvenes, valores más inclinados hacia la parte buena de la condición humana, que obviamente el actual mandatario estadounidense no honra y con cuyas actitudes, decisiones y maquiavelismo han perjudicado severamente la imagen de una nación que, hoy por hoy, es percibida como el lugar del renacimiento de la supremacía y del utranacionalismo.
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