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Cuando el delito tiene un color específico de piel

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Es indudable que defender lo indefendible no lleva a nadie a ninguna parte. El infame acto de violación del que se acusa a dos indocumentados centroamericanos, perpetrado en contra de una menor de 14 años de edad en una escuela de Rockville, Maryland, no tiene justificación. En todo caso, lo que tendría que proceder es el castigo correspondiente con todas sus consecuencias.

Es decir, independientemente de su origen, su estatus migratorio o su edad, el guatemalteco Henry Sánchez y el salvadoreño José Montaño se convirtieron en dos delincuentes a los que hay que aplicar todo el peso de la ley.

Hasta ahí todo bien.

Pero tipificar y señalar a toda una comunidad por ese acto de barbarie tampoco tiene justificación y se cae por su propio peso: el prejuicio con el que el actual gobierno ha alimentado a buena parte de la sociedad estadounidense, en su mayoría blanca entre sus seguidores, se ensaña contra la comunidad latina entera cada vez que un delito de esta naturaleza sale a la luz pública. La condena social es generalizada y les sirve para profundizar su sentimiento antiinmigrante.

Esto es, cuando el delito tiene un color específico de piel –sobre todo no blanco–, la balanza se inclina siempre al nivel condenatorio por adelantado. Cuando un delito similar coincide con su tono de piel, el mutismo campea a sus anchas como si no pasara nada, como el actual caso del profesor blanco de 50 años que, según informes de prensa, secuestró a una exalumna menor de edad y de quienes no se sabe más nada hasta el momento.

Nadie en su sano juicio diría entonces que el Estados Unidos blanco es una sociedad de secuestradores y violadores, aunque las estadísticas demuestren todo el tiempo que por etnicidad son precisamente los blancos quienes cometen la mayor cantidad de violaciones por año en este país.

Un estudio del Departamento de Justicia en 2014 sobre violaciones en campus escolares encontró que el 63% de los casos reportados en contra de mujeres entre 18 y 24 años de edad fueron perpetrados precisamente por hombres blancos. Un porcentaje altísimo que debería alarmar a cualquiera. Nadie recuerda eso, ni siquiera las turbas que ahora culpan a los inmigrantes latinos de todos los males que aquejan al país.

No se toman en cuenta, por ejemplo, las aportaciones en todos los terrenos que los inmigrantes han hecho a Estados Unidos, ni los avances que como comunidad han logrado en función siempre de la riqueza social y cultural de esta nación. No se destacan los logros a nivel político, económico, educativo o científico porque seguramente eso no coincide con la cosmovisión blanca de la historia del país.

Basta un execrable incidente como el de Rockville para satanizar a toda una comunidad.

Pero si bien la política de exclusión que actualmente practica el gobierno pretende mantener a raya a la comunidad latina inmigrante y crear un estereotipo que no coincide con su verdadero comportamiento, será necesario entonces no caer en esa provocación y continuar avanzando como se ha hecho desde siempre: con inteligencia, trabajo arduo y metas específicas a corto, mediano y largo plazos.

“Manzanas podridas”, lamentablemente, siempre hay en todas las comunidades.