Nada detiene ya la bola de nieve que se ha formado en la antiinmigrante actual Casa Blanca tras darse a conocer el escrito anónimo publicado por The New York Times (“Soy parte de la resistencia dentro del gobierno de Trump”). E irá creciendo al paso de los días y los hechos, de las malas decisiones y de los desplantes de cómica soberbia de quien por ahora tiene en sus manos el destino de este país.
Es decir, luego de saberse que aun dentro de la Casa Blanca hay voces de alarma que saben de primera mano cómo se distorsiona la figura presidencial y se pone en peligro el destino de una nación forjada por inmigrantes desde sus cimientos, una sensación de alivio temporal empieza a recorrer el país de costa a costa.
No es seguro que Trump, calificado en ese escrito como “inepto y amoral”, baje la guardia de inmediato, pero a partir de este momento sabe que por cada decisión que tome u orden que imponga existirá no solamente el necesario escrutinio de la prensa y de la oposición, sino de quienes dentro de su propio gobierno buscarán por todos los medios que no socave aún más la imagen de Estados Unidos, nacional e internacionalmente.
Por ejemplo, el nuevo golpe bajo que quiere dar este gobierno a los menores migrantes con su plan de extender su detención modificando el Acuerdo Flores, que indica que la retención de un menor no puede durar más de 20 días, contiene ese dejo de veneno contra las familias que aún ven en Estados Unidos ese faro de esperanza para salvaguardar su vida y la de los suyos.
¿Por qué infligir más daño a los más vulnerables, a la gente de color, al que busca refugio?
Hasta antes del escrito anónimo, la antiinmigrante y literalmente racista agenda oficial, que se hacía pasar como “política pública”, era impuesta sin chistar. La han sufrido los Dreamers; sus familias; los beneficiarios de TPS; los que buscan asilo; los musulmanes; los indocumentados que no son prioridad de deportación, y un largo etcétera. Pero es seguro que a partir de ahora, propuestas tan deleznables y dañinas como esa, sobre todo para los menores migrantes, no prosperen o, cuando menos, encuentren resistencia de puertas hacia afuera de la Oficina Oval: por mesura, por discreción, por sentido común, por honor, por diplomacia. En fin, por lo que sea contrario a la barbarie, a la falta de civilidad, a la ausencia de criterio, a la miope visión sobre la contemporaneidad o a la xenófoba interpretación de la demografía.
Alguien debe informar a quien gobierna que la segunda década del Siglo XXI está por concluir y que Estados Unidos es parte del mundo de hoy.
Nadie sabe si tendrá éxito la expedición punitiva que seguramente Trump ya habrá ordenado para recorrer pasillo por pasillo, oficina por oficina, hasta dar con el autor del texto anónimo que tuvo a bien compartir The New York Times con sus lectores, con el país y con el mundo; pero una cosa es cierta: la “furia volcánica” en que ahora se ha convertido el mandatario se agrega a la larga lista de muestras de inestabilidad y mal comportamiento que le han caracterizado desde antes de que asumiera el poder. Y eso es peligroso, sobre todo para él mismo.
El no haber entendido desde el principio que gobernar no es dominar, no exime a Trump de juicio posible alguno, ya sea el de la historia —que se lo tiene bien ganado—, o el de las mismas leyes que rigen al país —que se lo tendría bien merecido; de hecho, la mención cada vez más frecuente de la Enmienda 25 de la Constitución (que detalla cómo destituir al presidente) ya recorre como fantasma las calles alrededor del 1600 de la Avenida Pennsylvania, en Washington, D.C. Y la Carta Magna, por cierto, no es un anónimo.