No sé si soy yo, o si la designación de la senadora Kamala Harris como compañera de fórmula del virtual nominado presidencial demócrata, Joe Biden, ha generado un entusiasmo colectivo entre un sector, más que evidente en las redes sociales. Tanto, que si se mantiene así hasta las urnas el próximo 3 de noviembre pondría fin a las aspiraciones de reelección de Donald Trump.
Esto va más allá de ser una selección histórica por tratarse de una mujer de color e hija de inmigrantes. Eso, claro está, es motor del entusiasmo por el mensaje que envía, particularmente a las niñas y a las nuevas generaciones de mujeres de color de que, a pesar de los ataques, incluyendo los del propio presidente, es posible hacer historia.
Pero otro punto significativo es que un amplio sector de la población y de los votantes hemos estado sumidos en una especie de depresión, también colectiva, desde que Trump asumió la presidencia y comenzó a desencadenar veneno a través de políticas públicas nefastas en diversos rubros, y a hacerlo amparado en un mensaje de odio, división y xenofobia.
Y para completar el cuadro, llegó la pandemia que Trump y su gobierno minimizaron, ignoraron y politizaron, en tanto que el virus ya ha cobrado 166,000 vidas estadounidenses y sigue sumando. Esa situación ha colocado a Estados Unidos en un doloroso primer lugar en la cifra de contagios y muertes a nivel mundial.
El diario bombardeo de malas noticias sobre el Covid-19, el desempleo, las muertes por el mortal virus, además de las constantes, tediosas y dañinas acciones, decisiones y declaraciones de Trump, sus facilitadores y sus seguidores han hecho mella en nuestra psique colectiva, nuestra resistencia, nuestro optimismo hacia el futuro.
Por eso ver y escuchar a Biden y a Harris en su primera aparición pública como la mancuerna demócrata fue como una especie de bálsamo. Debo admitir que siempre he abordado a los políticos con desconfianza y cinismo, sean del partido que sean. Tomo sus promesas con pinzas porque sus acciones, para las que son electos, valen más que mil palabras. Pero ayer me permití entusiasmarme. Me permití soñar con un cambio.
En este momento histórico que enfrentamos, cuando literalmente se nos está yendo la vida en parte debido a la incompetencia de un presidente prejuicioso, mezquino e incapaz de mostrar un ápice de empatía hacia el pueblo que mal dirige, es refrescante escuchar discursos que apuntan hacia lo que está mal en este gobierno de Trump, sin recurrir, como hace el presidente, al discurso político de cloaca. Es refrescante escuchar propuestas concretas en oraciones completas. Y es refrescante y terapéutico olvidar, aunque sea por un momento, que nos preside un promotor de teorías conspiratorias y que miente cada vez que respira.
En su discurso de debut como compañera de fórmula de Biden y en el cual deshizo a Trump con datos y de manera elegante, Harris declaró que “Estados Unidos clama por liderazgo”. Y muchos también le damos la bienvenida a un rayo de esperanza.