De los cuatro puntos que menciona la carta que Andrés Manuel López Obrador, presidente electo de México, le envió a Donald Trump, mandatario estadounidense, y en los que “está la esencia de la relación bilateral”, se destaca el tema migratorio. Las otras “áreas esenciales”, como AMLO las llama, son comercio, desarrollo y seguridad que, a decir verdad, toda nación incluye en sus interacciones multilaterales. Simple y sencillamente es lo que dicta la norma.
Pero en el caso de México y Estados Unidos, esos eternos “vecinos distantes”, el fenómeno migratorio es el que ha pulido o llenado de asperezas dicha relación bilateral. Jeffrey Davidow, exembajador de EEUU durante los gobiernos de Clinton y Bush, definió magistralmente dicha relación en su libro titulado El oso y el puercoespín.
Unidos indefectiblemente por la geografía con una frontera común de 1,989 millas, ambos países han desarrollado una historia particular de amor-odio que algunas veces parece llegar a su fin, y otras parece abrir un nuevo capítulo de telenovela interminable, como actualmente ocurre con el gobierno de Trump. Por todo lo que ha dicho contra la migración mexicana desde que era candidato hasta ahora, el actual “villano favorito” de los mexicanos, dentro y fuera de su país, es sin lugar a dudas el mandatario estadounidense. Proliferan las piñatas con su efigie.
Por eso no sorprende que el próximo gobierno de México, compuesto por los remanentes de una izquierda eternamente postergada, haya incluido el tema migratorio como parte de su propuesta de acercamiento al revelar a Trump en su misiva que el propósito más esencial de su gobierno “será lograr que los mexicanos no tengan que migrar por pobreza o violencia” y, en todo caso, procurará “que la emigración sea optativa y no necesaria”.
Para ello dice que llevará a cabo “el más grande esfuerzo que se haya realizado nunca en México”, que consistirá básicamente “en desterrar la corrupción, abolir la impunidad, actuar con austeridad y destinar todo lo que se ahorre a financiar el desarrollo del país”.
Suena bien y el propósito es más que plausible. ¿Qué nación no querría lo mismo para evitar que la falta de oportunidades expulse de su territorio a enormes flujos de migrantes económicos? Pero la tarea titánica que se vislumbra constituye evidentemente un proyecto a largo plazo, de tal modo que lo que López Obrador estaría planteando son apenas las bases de un nuevo país que estarían usufructuando futuras generaciones de mexicanos con mejores oportunidades. Un sexenio sería insuficiente.
Por ello, el acercamiento que propone López Obrador a través de su carta a Trump apela a la larga (e inevitable) tradición de ser consecuentes con la diplomacia, al menos de una parte, en este caso de México. AMLO será, digámoslo así, el nuevo en el ejercicio del poder presidencial y por ello prefiere la cautela y el discurso amistoso. Y no es que no sepa de la tendencia dictatorial o supremacista de Trump, sino que es evidente que no quiere empezar una mala relación a nivel político, sino convencerlo de que ambas naciones se necesitan más que ninguna otra en el mundo.
La diplomacia sería, en el caso de AMLO, un primer punto a su favor, a diferencia de Trump que se ha peleado con todo el mundo… excepto con la Rusia de Vladimir Putin.
Por otra parte, el incluir desde este primer acercamiento el tema migratorio dice mucho del análisis que seguramente los asesores de AMLO ya han hecho del gobierno de Trump y del enorme daño que ha infligido a las familias migrantes. Pero reclamárselo habría sido poco inteligente, sobre todo porque ya todo mundo lo sabe.
En todo caso, se nota en su carta que ha preferido proponer que sería mejor atacar el problema desde su origen (combatiendo pobreza y corrupción local, además de promover inversiones y creación de empleo), a fin de que migrar no sea por necesidad, sino por opción. De este modo, no es que esté ayudando a Trump a “resolver” el problema, sino que AMLO se enfoca en una estrategia nacional con proyección internacional que será puesta a prueba a partir del 1 de diciembre próximo.
La realidad es que en el caso de México la migración es hasta el momento un fenómeno en su mayoría de sobrevivencia, mientras que en el caso de Estados Unidos con el gobierno de Trump es un fenómeno de “invasión” que el mandatario, su equipo y sus bases prefieren atacar con discursos racistas y xenófobos. Eso agrava todo.
De antemano, según su carta, el futuro gobierno de López Obrador entiende que no logrará mucho mientras Trump permanezca en el poder, pero quiere dejar planteado desde el principio que busca la cooperación y el entendimiento con su socio comercial número uno, pero que no es condición sine qua non la aceptación de Trump a cooperar para que México (con AMLO) salga adelante.
En el fondo, se nota que sólo le está planteando seguir por el buen camino, pero deja entrever que si persisten las trabas y los insultos, México, su sociedad, su gobierno y su economía podrían entonces virar hacia otros horizontes que en el mundo estarían deseosos de fortalecer una cooperación en todos los sentidos.
Lo interesante en términos discursivos viene también al final de la carta, cuando dice que “ambos sabemos cumplir lo que decimos y hemos enfrentado la adversidad con éxito”. Pero lo que más está repercutiendo es lo que sigue: “Conseguimos poner a nuestros votantes y ciudadanos al centro y desplazar al establishment o régimen predominante”.
Este es el punto de quiebre donde López Obrador se podría “echar a la bosla” a Trump, dándole por su lado, elogiando su posicionamiento a nivel político (al fin y al cabo, Trump es un megalómano en busca de elogio permanente), pero nunca dándole la razón en la forma en que ejerce el poder. Sobre todo cuando actúa con una tendencia hegemónica, contrariamente a lo que dicta la democracia, los derechos humanos y el sentido común.
Esa carta, si se lee bien, ha servido a López Obrador para estudiar el terreno trumpista y sus reacciones en su propio contexto, afianzando al menos en semblanza el tipo de país con el que AMLO y su gobierno seguramente quieren retomar la relación bilateral, ya no de subordinación o de “patio trasero”, sino de igual a igual en todos los terrenos, con la migración como punto neurálgico del presente y del futuro de ambas naciones.