Ahora que empezamos a salir de una de las etapas más oscuras de la historia contemporánea de Estados Unidos y cuando se vislumbra el ansiado reacomodo de todas las normalidades —pues hay que hablar en plural sobre las múltiples tergiversaciones que del poder y su ejercicio han hecho el gobierno de Donald Trump y su familia—, es imprescindible no perder de vista los últimos coletazos de esta anomalía política que incluso supo cómo engañar a la democracia que parecía la más ejemplar en todo el planeta.
Sin aceptar del todo que ha perdido, y sobre todo actuando con piel y discurso de la víctima que no es, este presidente que no quiere despertar de su letargo autocrático ya ha recibido de la realidad electoral una bofetada tras otra, aun antes del 3 de noviembre, sobre todo cuando las encuestas serias nunca lo favorecieron. Pero como si no hubiese resultados que demuestran su vergonzosa derrota y como si no hubiese un presidente electo que será oficializado el próximo 14 de diciembre con base en los irrefutables votos recibidos, el mandatario se dedica a hacer lo que mejor sabe: mentir sin escrúpulos, recurriendo a una especie de marrullerías típicas de bajo mundo.
Su aparente autosuficiencia, sin embargo, se va deteriorando a pasos agigantados, y todavía más cuando los estados que reclama como “suyos” por un supuesto “fraude electoral” le refutan sus acusaciones sin pruebas, incluso de gobernadores republicanos que no se han dejado arrastrar por la estrategia discursiva oficial, ni por el amedrentamiento del equipo legal del presidente, encabezado por otro personaje igualmente escabroso como Rudolph Giuliani.
Dos cosas, sin embargo, llaman poderosamente la atención, de entre todas las que ha exhibido como patadas de ahogado en este su breve “reino” de arena: primero, la posibilidad de autoperdonarse y otorgar el mismo beneficio a sus tres hijos —Donald Jr., Eric e Ivanka—, a su yerno, Jared Kushner, y a su abogago Giuliani; y segundo, la amenaza cada vez más latente de que si no le cumplen el capricho de quedarse otros cuatro años por sus fueros en la Casa Blanca, se postularía en 2024 para contender nuevamente por la presidencia.
Y es aquí donde el tema migratorio se convierte en el punto de quiebre y de contraste de este capítulo de la historia de Estados Unidos. A los inmigrantes, empezando por los mexicanos, el señor Trump los llamó delincuentes, violadores y narcotraficantes. No dijo que todos, pero es lo que quiso decir, diría un buen especialista en psicoanálisis. Además, hizo de los inmigrantes indocumentados el chivo expiatorio de “todos los males” de este país, por lo cual dictó las más crueles políticas públicas tendientes a infligir el mayor daño posible a quien se atreviera a pisar territorio estadounidense en busca de refugio, como si eso fuera delito. Separar familias y enjaular niños vino después, delitos de lesa humanidad por los que Trump deberá pagar en algún momento.
Pero la realidad migratoria que siempre se ha negado a ver, apoyado en la visión xenófoba de su principal asesor en ese rubro, Stephen Miller, es un fenómeno completamente distinto a su pobre y limitada interpretación de su propia sociedad actual. Las innegables aportaciones de los inmigrantes, indocumentados o con documentos, contrastan grandemente con las pillerías realizadas por él mismo y sus allegados, desde el impago de impuestos —cosa que se ha celebrado entre los suyos como un acto de “inteligencia” por haber burlado a la Oficina de Recaudación Fiscal—, hasta inmoralidades que curiosamente no escandalizan a los ultrarreligiosos que le han dado su apoyo a ciegas, como pagar por el silencio de estrellas porno con las que tuvo contacto. En lo que se refiere a sus hijos y a su yerno, así como a su abogado, es incluso risible que los quiera perdonar de manera preventiva, aun cuando no hay acusaciones formales en su contra, sin que esto quiera decir que quedarían exonerados de todo acto delictivo en el que hubiesen incurrido. El perdón, según los especialistas, se otorga solo en relación con delitos federales, no estatales ni de otra índole.
A los inmigrantes, por supuesto, el gobierno de Trump nunca les dio tregua. Ha sido capaz de perdonar, entre otros, a su amigo Roger Stone, quien mintió al Congreso y fue acusado de obstrucción y manipulación de testigos en la llamada “trama rusa”; y a su exasesor de Seguridad Nacional, Michael Flynn, acusado de mentir a agentes federales en torno a su relación con el embajador ruso en Estados Unidos. Pero en lo referente a los inmigrantes, especialmente indocumentados, su idea es y ha sido castigarlos por el simple hecho de ser eso, inmigrantes, a pesar de que sí pagan impuestos y de que ahora mismo unos 5 millones de ellos se encuentran en la primera línea de batalla contra la pandemia de Covid-19 como trabajadores esenciales.
Por otro lado, el más reciente y enfermizo acto de barbarie de este gobierno contra los aspirantes a ciudadanos es la nueva versión del examen de ciudadanía, al que agregó 28 preguntas, que incluía solo 100; además, de las 10 preguntas que se elegían de la anterior versión, con la idea de responder bien 6 al menos, ahora serán 20 y el solicitante deberá acertar en 12. Pero que no le quepa la menor duda de que, así se eleve aún más el grado de dificultad de dicho examen, el inmigrante estudiará a conciencia y demostrará nuevamente que está preparado para librar cualquier obstáculo, como ha sido a lo largo de su historia en este país. De otro modo no estaría aquí.
En lo que se refiere a su amenaza de volver a buscar la presidencia en 2024, debe quedar claro desde este momento que su pretensión es solo una salida fácil a la avalancha de fracasos que lo han desequilibrado antes y después de las pasadas elecciones, y que no se trata más que de un ardid para mantener cierto interés entre quienes aún lo siguen, esos segmentos de la población que su retórica incendiaria y racista volvió a sacar a flote, haciéndonos recordar y padecer ese otro rostro de un Estados Unidos dividido, segregacionista, racista, violento y cruel.
Porque si una cosa ha quedado evidenciada en esta larga noche de cuatro años es que los valores y las instituciones han sido pisoteados, y que la sociedad, pero sobre todo sus inmigrantes, han sido vilipendiados y torturados psicológicamente, con un nivel de malasangre que solo demuestra quién realmente ha sido el “bad hombre” todo este tiempo.
En ese sentido, Trump podrá perdonar a sus delincuentes preferidos y a sí mismo. Pero todo el daño que ha infligido no alcanzan ni perdón ni olvido. En efecto, Trump puede otorgarse el perdón, y lo podrán solapar sus seguidores. Pero a este presidente jamás lo indultará la historia.
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