“Estamos fregados”. Es la primera expresión que usa “Freddy” para describir la situación en la que se encuentra la comunidad centroamericana, primero en sus países de origen y ahora en Estados Unidos, a cuya capital llegó hace tres años. “Y estamos fregados por todas partes”, añade un tanto sorprendido pero sobre todo desconsolado por lo que está ocurriendo desde el sábado con las redadas y detenciones llevadas a cabo por agentes de inmigración en Georgia, Texas y Carolina del Norte.
Con su uniforme de trabajo, guantes azules de protección para limpiar y colocar basura en un contenedor, rodeado de otros enseres de limpieza en el elevador del edificio donde trabaja en Maryland, este joven salvadoreño de 27 años, oriundo del Departamento de La Unión, refleja en su hablar pausado y cortés la frustración que le produce encontrar tantos obstáculos para “poder vivir en paz y libremente en este mundo”. De hecho, como muchos otros, prefiere usar sólo su primer nombre “para evitar complicaciones” por su estado migratorio irregular, denotando ese temor que empieza a percibirse a lo largo del país, no sólo entre la comunidad centroamericana, sino entre los inmigrantes en general por temor a las redadas de ICE.
Tiene dos hijos en El Salvador, a los que mantiene económicamente con el salario que percibe aquí. “Es poco”, dice, “pero me permite enviarles lo necesario para que puedan vivir”, pues allá “la economía no anda nada bien, no hay trabajo” y buena parte del país “está controlada por las maras”. En efecto, cuenta que le mataron a un primo durante un asalto hace seis meses en El Salvador, y que por esa razón su familia ha quedado identificada y amenazada por las pandillas. “No puedo regresar, me matarían a mí también. Y si eso ocurre, ¿quién va a ver por mis hijos?”. Los menores, dice, tienen apenas 10 y 6 años de edad.
Su temor no es para menos. Un reciente informe de la Policía Nacional Civil de El Salvador, retomado por la agencia AP, indica que 6,657 personas fueron asesinadas en 2015 (2,725 más que las muertes violentas ocurridas en 2014), un promedio de 104 asesinatos por cada 100,000 habitantes, lo que se traduce según el informe en 18 muertes por día; ello hace que expertos y organizaciones humanitarias e internacionales consideren a la pequeña nación centroamericana como una de las más violentas del mundo, incluso por encima de países que se encuentran en guerra en este momento.
“¿No se da cuenta de eso Estados Unidos?”, se pregunta Freddy meneando la cabeza. Y añade: “Es como si no tuviéramos país, ni opciones, ni nada”. Y se resigna a seguir trabajando “en las sombras”, más que por él, por el futuro de sus hijos, a los que pensaba traer algún día. “Pero ya con esto, con las redadas, ¿cómo los voy a traer?”. Sin embargo, también se cuestiona: “¿Pero cómo los voy a dejar en un país lleno de violencia y sin trabajos suficientes?”.
Sin respuestas concretas por el momento, con la amenaza de las redadas rondando su cabeza y pensando en esa situación que le ha tocado vivir a él, a su familia y a miles de inmigrantes centroamericanos en pleno Siglo XXI, Freddy recoge un par de trapos, acomoda sus utensilios de limpieza y se marcha empujando el contenedor de basura, como quien empuja una puerta que no se abre. Pero él avanza, sigue avanzando.
“Mauricio”, de 37 años, también tiene dos hijos menores de edad, nacidos en Estados Unidos, y trabaja en el mismo edificio que Freddy realizando labores de mantenimiento. Su caso es similar, salvo que en términos migratorios él ya se encuentra en regla. Llegó desde El Salvador hace unos 20 años a alcanzar a su mamá, quien en su momento, recuerda, tuvo que huir años antes de las matanzas de los escuadrones de la muerte durante la Guerra Civil en el país centroamericano, otro lamentable y trágico origen del éxodo salvadoreño.
“Llegaban a las casas a punta de pistola y sacaban a la gente para asesinarla, tan sólo por los rumores de que había colaboración con movimientos guerrilleros, lo cual en nuestro caso era falso”, cuenta Mauricio, también enfundado en su uniforme de trabajo, con una camisola azul marino y una identificación colgándole del cuello.
Él pensaba que persecuciones así eran un capítulo cerrado, y aunque hay diferencias abismales en los operativos realizados por ICE desde el sábado en Estados Unidos, el “terror que produce la sola palabra ‘redada’ seguramente lleva a muchos a pensar en situaciones del pasado”. Como a su mamá.
“¿A quién culpar de aquella guerra? ¿A quién culpar ahora de la existencia de las pandillas que controlan todo en El Salvador?”, se pregunta Mauricio. Y se queda callado, sabe que no tiene respuestas. Sólo heridas en la memoria.
Y hay heridas que nunca cierran.