La frustración y el enojo pueden traducirse en inacción y parálisis o pueden ser motor de cambio. Prefiero la segunda opción, porque si el índice de participación electoral de los hispanos fuera equiparable a nuestros números en la población, otro gallo nos cantara. Sobre todo si votáramos en grandes cifras a todos los niveles, no sólo en elecciones presidenciales, y si lo hiciéramos concienzudamente.
Si consideramos la posposición por parte de la Casa Blanca de las acciones ejecutivas migratorias para amparar potencialmente a millones de la deportación; si también tomáramos en cuenta el récord de deportaciones de esta administración, además de las acciones e inacciones de pasadas administraciones y Congresos demócratas, y agregáramos el factor de cómo los republicanos bloquean la reforma migratoria y satanizan a los inmigrantes, nos daremos cuenta por qué el sector de votantes latinos para quienes la inmigración es prioridad está entre la espada y la pared: entre demócratas que dan su apoyo por sentado, y entre republicanos a quienes no les importa el voto hispano.
El domingo en Iowa la potencial aspirante a la nominación presidencial demócrata, Hillary Clinton, fue confrontada por DREAMers para que reaccionara al retraso de las órdenes ejecutivas migratorias. Su respuesta fue que “hay que elegir más demócratas”. ¿No sabe que los latinos ya han elegido más demócratas y siguen esperando por alivio migratorio para familiares y conocidos?
Sin terceras alternativas políticas reales, ¿hacia dónde correr?
No hay respuesta sencilla, pero no hay que tirar la toalla. Si es ciudadano, regístrese con el partido que le dicte su conciencia (ser independiente siempre es una opción como lo es votar por candidatos y no por partidos); si es residente permanente y es elegible, hágase ciudadano y regístrese. Vote y no regale su voto. Exija resultados y demuestre que su sufragio pone o quita políticos.
Si los latinos votáramos como nos permite nuestro potencial, los políticos lo pensarían dos veces antes de usarnos a conveniencia: los demócratas para llegar a la Casa Blanca y luego colocarnos al final de la fila en sus prioridades, y los republicanos para usarnos como chivo expiatorio y atizar a su base ultraconservadora.
Los demócratas, por años, hacen como quieren a nuestra comunidad porque concluyen que los latinos no tienen otra alternativa. La otra opción es no votar y eso no nos conviene.
Uno de los principales problemas es la escasa participación en elecciones intermedias que determinan el balance del Congreso. La práctica es votar en comicios presidenciales (y tampoco al nivel que deberíamos) e ignorar la elección que determina quiénes representarán nuestros intereses en el Congreso. Ambas son vitales.
La Asociación Nacional de Funcionarios Latinos Electos y Designados (NALEO) pronostica que 7.8 millones de latinos votarán este 4 de noviembre, un alza de casi 19% con respecto a los comicios intermedios de 2010, pero una reducción de 25% con respecto a los casi 11.2 millones de hispanos que votaron en las presidenciales de 2012.
Nuestro voto aumenta pero no a su máxima expresión. Basta con mirar las cifras: NALEO proyecta que este ciclo electoral de 2014 habrá 25,526,000 ciudadanos latinos en edad de votar; 12,861,000 estarán registrados y 7.8 millones votarían. Eso representa 8% del electorado cuando los hispanos constituyen 17% de la población y 11% de los elegibles para votar.
En la elección presidencial de 2012, hubo 23,329,000 ciudadanos latinos en edad de votar; 13,697,000 estaban registrados; y 11,188,000 votaron.
Mensualmente más de 60,000 latinos cumplen 18 años de edad y son elegibles para votar. Entre esos miles hay jóvenes con padres o familiares indocumentados que han crecido viendo a ambos partidos evadir la reforma y ganar elecciones sin que haya alivio para sus familias.
El problema de que no explotemos ese potencial no sólo recae sobre nosotros ya sea por apatía, factores culturales o desconocimiento. Se requieren más campañas de educación y movilización de votantes, sobre todo en estados no tradicionalmente hispanos. Al respecto los propios partidos políticos han hecho una pobre labor en cortejar y movilizar ese voto. A eso súmele que la Ley de Derecho al Voto está bajo ataque. La Suprema Corte permitió que estados y localidades formulen cambios sin previa autorización federal facilitando la discriminación electoral. Se calcula que 7 millones de latinos elegibles para votar viven en áreas donde los electores están desprotegidos.
Pero la inacción no es respuesta. El retraso de acciones ejecutivas migratorias o la falta de reforma migratoria legislativa no se solucionan a punta de lamento.
Arturo Vargas, director ejecutivo de NALEO, lo resume así:
“Como comunidad votante tenemos que entender el concepto de política dura y reconocer que los objetivos legislativos no se concretan de la noche a la mañana. Como votantes, tenemos que involucrarnos a largo plazo y jugar duro también”.
Maribel Hastings es asesora ejecutiva de America’s Voice