Mientras el Senado se prepara para debatir una legislación sobre los Dreamers, los senadores Chuck Grassley, John Cornyn y un puñado de otros legisladores han anunciado una propuesta que utiliza las vidas de los Dreamers como monedas de cambio. ¿El precio por la libertad de los Dreamers?: la promulgación de una amplia serie de medidas no relacionadas, radicales y cargadas de racismo que reducen la inmigración que llega legalmente, amplifica la agenda de deportación masiva de Trump y construye un impopular e innecesario muro fronterizo.
A continuación compartimos una declaración de Frank Sharry, Director Ejecutivo de America’s Voice, al respecto:
Como se sospechaba, el proyecto de ley de Grassley –el cual debería ser conocido como el proyecto de ley de Stephen Miller– es una demanda de rescate que injustamente le pide a los Dreamers lograr el alivio migratorio a expensas de otros inmigrantes.
Esta propuesta es también una declaración de valores –y una fea y antiestadounidense. Al ampliar la fuerza de deportación masiva de Trump (con más agentes de la Patrulla Fronteriza y de ICE), se enfocaría en los latinos y otras personas de color; al reducir la inmigración que llega legalmente y redefinir la familia nuclear (a los ciudadanos estadounidenses ya no les es posible apoyar a sus padres, hijos adultos o parientes), iría tras los asiáticos y otra gente de color; al eliminar el programa de diversidad de visas, tendría como objetivo a los africanos y otra gente de color. En resumidas cuentas, la propuesta de Stephen Miller busca echar del país y mantener fuera a la gente de color.
Pero eso no es todo. Las cláusulas que aceleran las audiencias de deportación de niños que huyen de la violencia –sí, niños– son algunas de las más nefastas. Enviar a los niños centroamericanos de regreso al hogar destruido del que huyeron no es lo que somos.
Como el presidente Trump y esos senadores lo han dejado en claro, los republicanos ven a todos los inmigrantes, incluidos los niños, como potenciales delincuentes y terroristas. Nosotros –y la mayoría de los estadounidenses– vemos en esos inmigrantes a gente trabajadora con una orientación familiar, que simplemente quieren una oportunidad de vivir sus vidas, mantener a sus familias y contribuir a Estados Unidos.
De hecho, los autores del proyecto de Grassley ni siquiera pudieron proponer una solución razonable para los Dreamers. Su idea de que 1.8 millones que califiquen para “lograr una vía a la ciudadanía” es altamente sospechosa. Excluyen a todo el grupo de Dreamers que han estado aquí por más tiempo, aquellos que eran mayores de 30 años en el momento en que DACA fue creado. Esos hombres y mujeres llegaron a Estados Unidos cuando eran niños excatamente igual que los Dreamers más jóvenes e hicieron sus vidas aquí. Ellos tienen hijos estadounidenses. Pero simplemente porque eran demasiado “viejos” para calificar por DACA, ahora están siendo deportados. Excluirlos de las protecciones legales no tiene sentido; de hecho, ellos han vivido aquí durante más tiempo.
El proyecto de ley también requiere que los Dreamers renuncien a sus derechos legales a cambio de obtener estatus migratorio. Esto, una vez más, es evidentemente antiestadounidense.
Esta semana el Senado tiene una oportunidad para hacer su parte y terminar con la pesadilla que Trump creó cuando canceló DACA. Dado que ningún partido controla 60 votos en el Senado, el único proyecto de ley que puede aprobar la Cámara debe ser bipartidista. El Dream Act completo con medidas sensatas de seguridad fronteriza es el que más se le acerca y que tiene una oportunidad de ser aprobado en el Senado de manera bipartidista y brindar estabilidad a las vidas de los Dreamers. Este es el tipo de legislación que queremos ver como propuesta y proclamada esta semana.
La propuesta sensata es la viable. La radical, racista y cínica no lo es.