Por David Leopold. En inglés aquí.
La semana pasada, el tuit de Donald Trump sobre el Cinco de Mayo se llevó los titulares. Es el más reciente de la ya larga serie de despectivos, ofensivos y denigrantes tuits del candidato presidencial favorito del Partido Republicano. Lo que hace completamente perturbador de la conducta de Trump en Twitter, y fascinante para los medios informativos, es que de manera rutinaria se las ingenia para desplegar coloridamente su arrogancia, fanatismo y descarada falta de respeto por las minorías, las mujeres y otros grupos en 140 caracteres. Aunque algunos podrían tratar de reír con el más reciente de los ofensivos tuits de Donald Trump como un estúpido intento de llegar a los mexicoamericanos, su vergonzoso uso del estereotipo —los mexicanos (vistos de manera ignorante por Trump como sinónimo de todo lo hispano) aman los tacos, yo amo los tacos y, entonces, “yo amo a los hispanos” — no es cosa de risa. Tania Lambrozo, una profesora de psicología en la Universidad de California en Berkeley, señaló:
Pero hay una razón más profunda por la que algunos puedan tomar a mal el tuit, y tiene que ver con la sutil inferencia que hacemos del uso del lenguaje de la gente —en este caso, la declaración: “¡Amo a los hispanos!” es positiva en la superficie —, pero las explicaciones no todas son color de rosa, especialmente dado el contexto de las posiciones de Trump en relación con los inmigrantes hispanos. En particular, la afirmación presupone que es significativo e informativo clasificar a la gente como “hispanos”, cuando se hacen generalizaciones sobre si se les puede querer. Y esa es una opinión potencialmente extraña (y ofensiva) de sostener —¿hay realmente algo que todos los hispanos tienen en común en virtud de que se les pueda (o no) querer?
Tampoco es la primera vez que Trump ha usado estereotipos étnicos o religiosos con el fin de granjearse a un grupo. El 5 de diciembre de 2015, al hablar ante la Coalición Judía Republicana, Trump empleó los antiguos estereotipos denigrantes sobre los judíos como inteligentes negociadores — “Soy un negociador como ustedes, amigos… ¿Hay alguien aquí que no haga negocios? Probablemente más que en ningún otro sitio donde he hablado”; cambistas y prestamistas —“No quiero nada de su dinero… Tontamente, ustedes quieren dar dinero… Trump no quiere dinero— Ustedes no van a apoyarme porque no quiero su dinero… me gustaría su apoyo pero no quiero su dinero”; y culturalmente aislados —“Ustedes me quieren porque sucede que mi hija es judía”.
El racismo de Trump es anterior a su actual empeño en ganar la Casa Blanca. De acuerdo con un artículo en American Bridge 21st Century, John O’Donnell, exsocio de Trump, escribió en su libro Donald Trump: Biografía de un magnate convertido en candidato presidencial, que el presunto nominado republicano toleró expresiones antisemitas e hizo declaraciones racistas. O’Donnell dijo que Trump describía con frecuencia a los negros como perezosos y estúpidos; se lamentaba de que ‘tipos negros cuentan mi dinero’, prefiriendo ‘a tipos chaparros que usan kipá”. Más recientemente, cuando se le preguntó si rechazaría a David Duke y a los supremacistas blancos, Trump respondió: “No sé nada sobre David Duke. No sé nada de los supremacistas blancos”.
Nada sobre Trump o su campaña presidencial ha sido gracioso. Nunca.
Históricamente, los demagogos racistas —algunos de los cuales llegaron a cometer crímenes atroces contra la humanidad durante el siglo pasado— usaron horribles estereotipos para reducir a las minorías a caricaturas subhumanas con el fin de lograr sus objetivos. Ya sea una tira cómica en la que se representa a una minoría como perezosa o para vilipendiar a un grupo religioso como avaro, el uso de estereotipos para crear opinión pública sobre una raza, religión o nacionalidad es, desafortunadamente, una útil y probada herramienta de los racistas. De 1925 a 1945, por ejemplo, Julius Streicher, uno de los primeros seguidores de Hitler, publicó el infame Der Stuermer, el cual produjo caricaturas brutalmente antisemitas para representar a los judíos como criaturas diabólicas con la intención de dominar al mundo. La maquinaria propagandística nazi estuvo orientada a definir a los judíos como subhumanos.
El uso cínico de estereotipos racistas y simbolismos por parte de Donald Trump durante las primarias republicanas es igualmente vil. Construyó su campaña a partir de la denigración de los mexicanos como traficantes de drogas y violadores; de la construcción de una barda –una verdadera y simbólica barrera– para mantener a los mexicanos (y a todos los latinos) fuera de Estados Unidos; de la deportación masiva de millones de inmigrantes indocumentados y de su hijos ciudadanos estadounidenses; y de la prohibición de todos los musulmanes de entrar al país.
Trump ha complementado sus propuestas políticas racistas con una fuerte dosis de fanatismo, misoginia y otras formas de odio. Se ha burlado vilmente de los discapacitados; ha expresado profundas faltas de respeto y odio hacia las mujeres; ha alentado con eficacia a sus seguidores a cometer actos de violencia y delitos de odio, además de denigrar a los héroes de guerra.
La presunta nominación de Trump como el candidato del Partido Republicano a presidente de Estados Unidos convierte a esta elección en algo que va mucho más allá de la política partidaria. Se trata ahora de proteger nuestra nación de alguien como este hombre cuya sola presencia en la Oficina Oval amenazaría los valores más preciados de Estados Unidos y, quizá, la fuerza de nuestra democracia. Trump no debe ser considerado simplemente como alguien políticamente incorrecto, polémico o el producto de la ira contenida de los votantes.
Donald Trump es un racista, misógino y demagogo nativista. Punto.