Más allá de la retórica antiinmigrante con la que se ha querido invadir y manchar la esencia misma de una nación como Estados Unidos –solidificada por el aporte individual y colectivo de millones y millones de inmigrantes que han forjado su historia desde el principio–, existe una especie de nuevo mundo allá afuera: en las calles, en las plazas, en el trabajo, en las escuelas, los hospitales, en los centros comerciales, en los institutos de investigación social y científica, en los medios de transporte, en la prensa… en tantas partes.
Es un nuevo mundo integrado por quienes reivindicamos día tras día nuestro derecho a existir en una sociedad a la que hemos inyectado una particular energía en todo sentido, acorde con el momento histórico que nos ha tocado vivir.
Nuestros rostros, nuestras voces, nuestra forma de participar le han dado un giro importante a este país, en el que la esperanza y no pocas ilusiones han sido los elementos de la nueva promesa social e histórica en que se ha convertido Estados Unidos. Otras comunidades lo hicieron antes; por eso causa extrañeza y desasosiego cuando vemos que a nosotros se nos quiere negar esa posibilidad.
Por eso, Astrid, tus palabras de anoche en respuesta al discurso del presidente –lleno de las mismas ansiedades de una supremacía blanca que patalea en una sociedad en la que ya no cabe como tal— nos hacen sentir que no estamos solos, que la solidaridad aún es posible, que el tejido social al que ya pertenecemos por derecho propio no puede destruirse de la noche a la mañana, ni con amenazas de redadas y deportaciones, ni mucho menos con esa vida miserable en que se han empeñado en imponernos para salir corriendo lo antes posible. “De aquí no se va nadie”, decía el viejo poeta español León Felipe.
Dices bien cuando te refieres a nosotros: “Los inmigrantes y los refugiados somos el alma y la promesa de este país. Y no estamos solos”.
En efecto, por cada discurso de odio, por cada mala actitud en las calles en contra nuestra, por cada ataque violento hacia alguno de nosotros o de nuestras familias, hay una voz como la tuya que se multiplica por millones, voces que claman sin cesar que la vida es ahora o nunca. Hacia ese nuevo Estados Unidos hay que mirar, donde la compasión, el respeto y la solidaridad aún nos ofrecen un espacio para poder seguir adelante. Y hay que luchar por ello.
No permitamos entonces que quien ocupa por ahora la Casa Blanca nos regrese “a las épocas más obscuras de nuestra historia”, como también puntualizaste, “criminalizando a cualquiera que es diferente, poniéndonos en contra los unos de los otros, y mandando el mensaje equivocado al resto del mundo”.
Así es, Astrid: la voz de la conciencia nos llama a concretar esfuerzos personales, familiares y colectivos que si bien en este momento están amenazados, no pueden ser sino obstáculos pasajeros que algún día los libros de historia restregarán en la cara de los antiinmigrantes y nos reivindicarán a quienes hicimos lo correcto. Tu voz, tus palabras, estarán ahí. Ya verás.
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