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Y así llegamos (casi) al debate sobre la reforma migratoria

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15/06/09 a 9:27am por Miguel Molina

Columnista Invitado: Miguel Molina

Diario de un reportero

Algunos, como yo, nos sentimos inquietos. Después de todo, ya van dos veces que se pospone el diálogo nacional sobre la forma en que el país ve y tendrá que ver la migración.

Dos veces nos preparamos para el gran encuentro con el presidente Barack Obama, y dos veces vimos cómo las fechas se convirtieron en sesiones de cabildeo, con el ofrecimiento de que, ahora sí, la próxima vez se iniciará sin falta una conversación que lleva muchos años pendiente.

Sin embargo, es buena señal que Harry Reid, líder de la mayoría demócrata en el Senado, piense que es necesaria una reforma integral en vez de los cambios a veces cosméticos que se han producido en otros tiempos. Pero el debate tiene que ir más allá.

En verdad, la discusión es o debe ser cómo será o cómo seguirá siendo la relación de las comunidades anglosajonas con las comunidades latinoamericanas de Estados Unidos, y por eso entiende uno que el debate sirva como punto de partida para reflexiones serias y como pretexto para extremos como el exabrupto racista de Tom Tancredo a la comunidad latina en la persona de la juez Sonia Sotomayor.

Basta con leer los mensajes racistas y maliformados que aparecen en internet para darse cuenta de la dimensión del problema…

El debate y quienes participen en él (entre ellos las cerca de doscientas organizaciones que lo promueven) tienen la responsabilidad de iniciar una conversación nacional sobre el significado preciso de los movimientos migratorios hacia Estados Unidos, de fijar el tono de la discusión y de proponer vías de acuerdo y encuentro, en vez de concentrarse en las diferencias.

Lo que se puede decir desde ahora es que no será una conversación ni será fácil, porque el siglo comenzó con una nación dividida en lo fundamental, y porque muchas veces el debate terminó por contaminarse con la desinformación que esparcían organizaciones y personas.

Uno se da cuenta. En 2006 una encuesta de USA Today sugería que la inmigración preocupaba a catorce de cada cien personas pero hace tres años no sabían exactamente en qué consistía esa preocupación. Lo más probable es que ahora tampoco.

Algunos repiten lo que han dicho los medios sin mucho fundamento. Otros se niegan a aceptar que la migración es un hecho histórico, sobre todo en Estados Unidos, gran parte de cuyo territorio fue mexicano antes que otra cosa. Muchos invocan la ley, y muchos recurren al miedo.

A nadie se le ocurriría pensar…

Pero más allá de la discriminación, de la calumnia y de la ofensa a la que han recurrido grupos y personajes sin argumentos para el debate, hay que entender la importancia de la reforma migratoria para la economía del país.

A nadie se le ocurriría pensar que la integridad del país se ve amenazada por la señora que limpia oficinas en Los Ángeles,el cocinero que suda más de un menú en Miami, los hombres que duermen en las calles de El Paso esperando el autobús que los lleve a los campos de Hatch, el mesero de un restaurante de lujo en Houston, el grupo que va levantando cosechas de Nuevo México a Kansas a Illinois al Valle de Yákima, viviendo como se puede y no como se debe.

A nadie se le ocurriría pensar que quienes lavan parabrisas,quienes venden fruta o fuerza o habilidad, los jardineros, quienes hacen ropa que no pueden comprar, también son una amenaza, millones de amenazas, porque su sola presencia en el país podría dividirlo en dos pueblos, dos culturas y dos idiomas. Etcétera.

Pero esa idea se le ocurrió a Samuel P Huntington, of all people presidente de la Academia de Estudios Internacionales y Regionales de Harvard, que en 1993 profetizó que los conflictos más importantes de la política global del siglo XXI se producirán entre naciones y grupos de diferentes civilizaciones.

El choque de las civilizaciones -advirtió Huntington- será el frente del futuro. Y Estados Unidos tiene un frente en su propio territorio, “porque los mexicanos y otros latinos no se han asimilado a la cultura estadounidense, y han formado sus propios enclaves políticos y lingüísticos, rechazando los valores anglo-protestantes que construyeron el sueño americano”, dice elprofesor en un artículo que publicó en la revista Foreign Policy de marzo/abril hace cinco años.

En el ensayo, Huntingon declaró que si la migración mexicana se interrumpiera súbitamente, Estados Unidos sería un país mejor que antes, mejor que nunca. Tal vez sí, aunque lo más probable es que no.

El argumento implica que la vida -léanse cultura y comercio, felicidad y prosperidad, seguridad y respeto y aun cierta calidad genética- de Estados Unidos no depende sólo de quienes nacieron en territorio de ese país, sino de quienes viven en él. Lo que no explica es por qué todo sería mejor sin mexicanos.

Pero los Estados Unidos que Huntington quería tendrán que aprender a coexistir con los otros que están allí, como el propio académico recomendó en otro ensayo que quería ser un paradigma para entender y enfrentar los cambios mundiales.

Por eso es importante que en el debate participen también los pueblos de donde vienen los migrantes y los migrantes mismos, porque son parte de la solución a este desencuentro.

Y es importante también que quienes hace tres años se preocupaban por una amenaza vaga (y los que ahora temen), se den cuenta de que lo único que hay que temer es al temor y a quienes lo propagan, no a la señora de Michoacán que limpia la oficina ni al señor salvadoreño que mantiene mi jardín, ni a la muchacha que hace ropa que no puede comprar.

Por ahí tendría que comenzar el debate.

Miguel Molina es un periodista, columnista y autor mexicano radicado en Londres, Inglaterra