La primera semana de trabajo del presidente Donald J. Trump estuvo plagada de acontecimientos que para su base extremista son un regalo del cielo, y para el resto del país y del mundo muestran un Estados Unidos distinto: el que se aparta de su tradición inmigrante y de ser símbolo de esperanza y compasión para los más desprotegidos y modelo de superación para quienes trabajan duro.
Sus excesos, empero, se toparon con resistencia: acciones judiciales, protestas a través del país, y la condena de figuras políticas, incluso republicanas.
Trump plasmó en papel, mediante decretos de política pública, las prejuiciosas promesas que formuló durante la campaña presidencial: tomó medidas para crear una fuerza de deportación nacional, sembrando temor entre la comunidad indocumentada del país y sus familiares ciudadanos y residentes permanentes. Y además vetó a los refugiados de todos los países por 120 días, anuló indefinidamente el ingreso de refugiados sirios, y prohibió el ingreso por 90 días de ciudadanos de siete países predominantemente musulmanes, sembrando caos en aeropuertos nacionales e internacionales, pues la orden afecta no solo a refugiados sino a personas con visados e incluso ha afectado a residentes permanentes que procedan de cualquiera de los siete países y estén fuera de Estados Unidos. Los siete países son: Irak, Irán,Libia, Siria, Somalia, Sudán y Yemén.
Durante el fin de semana decenas fueron detenidos en aeropuertos domésticos o prevenidos de abordar vuelos en aeropuertos internacionales. Trump cumple así con su “veto musulmán” aunque por el momento jueces federales frenaron temporalmente la orden para evitar la deportación de los nacionales de los siete países, refugiados y otros, que ya arribaron a aeropuertos estadounidenses.
Curiosamente Arabia Saudí no forma parte de la lista, a pesar de que 15 de los 19 terroristas implicados en los atentados del 11 de septiembre de 2001 eran saudíes. El resto eran de Egipto, los Emiratos Árabes Unidos y Líbano, pero esas naciones no están incluidas como tampoco lo está Pakistán, donde fue encontrado y eliminado el autor intelectual del 9/11, Osama bin Laden, por fuerzas especiales estadounidenses.
En el caso de la fuerza de deportación, el decreto de Trump oficializa la creencia del nuevo presidente de que ser inmigrante equivale a ser “delincuente”. Su orden ejecutiva migratoria asegura que solo se centrarán en inmigrantes delincuentes que suponen una amenaza para la seguridad nacional y la seguridad pública. No obstante, el lenguaje de la propuesta es tan abarcador y concede tantos poderes a agentes migratorios y policías locales, que cualquier inmigrante sin documentos podría convertirse en prioridad de deportación aunque nunca haya sido ni acusado ni condenado de delito alguno.
En el proceso, y con la propuesta de su muro, Trump también se enfrascó en un toma y daca con el gobierno mexicano, que incluyó amenazas arancelarias si el vecino del sur no paga por la valla sin considerar la relación casi simbiótica de nuestras economías y el impacto que puede tener sobre trabajadores y productos un alza de impuestos a las importaciones de México, nuestro tercer socio comercial en el mundo.
En el caso de la prohibición a musulmanes, se concreta su retórica de campaña de que, en resumidas cuentas, ser musulmán equivale a ser “terrorista”. Y va más allá pues se basa en discriminación religiosa porque estarían eximidos los cristianos que provengan de las siete naciones afectadas que son predominantemente musulmanas.
Pero al firmar otros tres decretos el sábado, Trump declaró que su orden sobre refugiados está funcionando “estupendamente”.
Con sus decretos, Trump demuestra que es como una aplanadora; que, según él, para componer un problema se lleva todo por delante sin considerar circunstancias especiales ni los efectos humanitarios, económicos, de seguridad y de política exterior que sus decretos puedan tener. Ahora de un plumazo intenta cambiar el sistema migratorio de Estados Unidos castigando a justos por pecadores y demostrando que, sin duda, es el rey del caos.
Maribel Hastings es asesora ejecutiva de America’s Voice.