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Cada vez que escucho comentarios como el que emitió con cierto disgusto y clasismo el gobernador republicano Mike Pence durante el debate vicepresidencial del martes, al referirse a “la cosa mexicana esa”, luego de que el tema lo trajo a colación su contendiente demócrata Tim Kaine, trato de no pensar en mí en primera instancia. Aunque como mexicano es realmente difícil no sentirse insultado, dadas las circunstancias.
Bueno, podría reaccionar, como ocurrió, pensando en una serie de esas hermosas y significativas “malas palabras a la mexicana” listas para ser usadas en contra del Trumpismo y de todos aquellos que apoyan las ideas del candidato presidencial republicano, incluyendo a Pence y a una buena parte de sus ancestros, aunque estos últimos, claro está, no tienen la culpa de tan mala semilla, ni es mi estilo rebajarme a ese nivel de insultos.
Incluso podría reaccionar de una manera, digamos, “más educada o intelectual”, tratando de entender la moderna psique estadounidense en relación con el racismo, un racismo que intenta ser impuesto como algo “normal” en la sociedad contemporánea a través de una campaña sostenida por fanáticos, demagogos y xenófobos.
Sin embargo, prefiero pensar en las millones de personas del pasado y del presente que sacrificaron todo —y cuando digo todo es todo— para venir a esta “tierra de oportunidades”, dando a este país lo mejor de sus vidas y proveyendo a esta nación al mismo tiempo la oportunidad de reinventarse una vez más, como ha sido a lo largo de toda su historia.
Pero en lugar de que el sacrificio –militar, económico, social, cultural, demográfico, lingüístico, etc.– que esos millones de inmigrantes han hecho a lo largo de la historia de Estados Unidos sea reconocido, o al menos esperar un decente y humano nivel de aceptación, somos considerados como “una cosa”, sólo una “cosa” que puede ser usada en un debate para continuar con el vituperio, la majadería cultural y el insulto claro y evidente contra una comunidad como la mexicana.
Pence también ha mostrado de este modo la despreciable y verdadera esencia de un racista que aspira a ganar la Casa Blanca, con el fin de imponer su visión de un país que, muy a su pesar, cambió hace mucho, mucho tiempo. Pero parece que la xenofobia no les permite ver más allá de un solo color.
Aun así, estoy convencido, como inmigrante que sufragará por primera vez con base en los derechos que me otorga la Constitución como nuevo ciudadano, de que los mexicanos y, en general, los inmigrantes naturalizados de cualquier origen, somos más que “una cosa”: somos un voto.
Y noviembre está cada vez más cerca. Esa es la buena noticia.