03/11/09 a 11:18am por Rafael Prieto Zartha
Bitácora
Otra vez un hispano denuncia ser víctima de un ataque racista y muestra a los medios de comunicación el resultado de la agresión: dos cortes en uno de los pómulos, una nariz fracturada, una quijada desencajada, una cabeza herida y el recuerdo de las vulgaridades en su contra sazonadas con epítetos raciales y el ya acostumbrado “lárgate de aquí”.
Fernando Ugas Moreno, un peruano, de 26 años, tuvo la mala suerte de encontrarse en la calle el 14 de octubre pasado con cuatro individuos que lo dejaron hecho una miseria cuando se dirigía hacia su vivienda a encontrarse con su esposa, quien también se vio obligada a correr para huir de los bandoleros.
Si se mira con otra óptica, Ugas Moreno y su mujer Carolina Robles, son afortunados: vivieron para contar su experiencia.
El asalto contra el instalador de piscinas, ocurrió en Long Beach, pero no en California, sucedió en una municipalidad del condado de Nassau, en Long Island, Nueva York.
Nassau es vecino del condado de Suffolk, del que el Southern Poverty Law Center, una organización que hace seguimiento a las acciones de odio de grupos racistas, realizó un estudio denominado “Clima de Miedo”, en el que documentó una década de abominables atropellos contra los inmigrantes latinos.
El estudio divulgado a principios de septiembre detalló la arremetida de la que han sido víctimas los hispanos entre febrero de 1999 y agosto de 2009.
El reporte detalla el rosario de palizas con bates de béisbol; las narices rotas; las fracturas de cráneo y huesos de la cara que requirieron implantes de placas de metal; los insultos verbales, con el florido vocabulario de “mojados” y “grasientos”; los abusos violentos de los empleadores; los tiroteos; las pedradas; las ventanas rotas; las casas incendiadas; los asaltos con palas, cuchillos y varillas; las bocas sangrantes; los dientes quebrados, las espaldas apaleadas; el saboteo a actividades religiosas en fechas sagradas como el Día de la Virgen de Guadalupe; el lanzamiento de juegos pirotécnicos a casas de latinos; la inquisición de tarjetas verdes y papeles por parte de civiles amenazantes; los abuelitos agredidos; los ojos negros lacerados por los puños; los cabezas rapadas que gritan ¡Viva Hitler! y ¡Poder Blanco!; las cadenas y los machetes amenazantes; los alaridos de “quédense en sus países”; los lamparazos; las pintas de esvásticas; los encañonamientos con rifles y escopetas; los choques de amedrentamiento con vehículos; la indiferencia de las autoridades; las acciones de las organizaciones anti inmigrantes; el papel de los políticos que detestan a los indocumentados; la presión de los supremacistas.
Cuando uno termina de leer el informe siente como si en ese paraíso que es Long Island, con sus prados verdes cortados al ras y sus jardines acicalados, se estuviera viviendo una versión moderna de “Arde Misisipí” de los sesentas.
Las víctimas del racismo han sido ecuatorianos, peruanos, mexicanos, guatemaltecos, que han sido esquineados por su aspecto diferente.
El sábado 8 de noviembre de 2008, Marcelo Lucero, un inmigrante ecuatoriano de 37 años, fue asesinado en la localidad de Patchogue, precisamente en el condado de Suffolk. Lucero, quien trabajaba en una tintorería y enviaba dinero a su madre enferma, caminaba con un amigo cerca de la estación local del tren, cuando fue atacado por un grupo de siete muchachos. La pandilla que se autodenominaba el Caucasian Crew (Banda Caucásica) tenía por deporte acosar a hispanos en un juego que denominaban “beaner -hopping” (agredir frijoleros). El hombre originario del pueblo de Gualaceo, que había vivido en Estados Unidos durante 16 años, murió apuñalado en el corazón, mientras le gritaban epítetos racistas. Entre los participantes en el crimen, había jugadores de fútbol americano y lacrosse.
En la misma isla de Long Island, pero en territorio de la Ciudad de Nueva York, fue asesinado José Osvaldo Sucuzhañay, otro inmigrante ecuatoriano, al que tres individuos apalearon repetidamente con un bate metálico de beisbol, mientras lo insultaban por su condición de extranjero.
El ataque contra Sucuzhañay ocurrió en una calle de Brooklyn, cuando el hombre de 31 años caminaba abrazado con su hermano Romel para aliviar el frío de la gélida madrugada del lunes 8 de diciembre de 2008.
Sucuzhañay, quien había llegado al país hacia nueve años y había establecido un negocio de bienes raíces, falleció por las lesiones de las que fue objeto el viernes 12 de diciembre.
Las estadísticas más recientes del FBI señalan que los crímenes de odio contra los latinos se incrementaron en 40 por ciento entre 2003 y 2007.
Yo no descarto que los próximos números, que revele la Oficina Federal de Investigaciones, sean aún peores para los hispanos y la justicia sea aún más injusta con los inmigrantes indocumentados.
Para la muestra está el sonado caso de Luis Ramírez en Shenandoah, Pensilvania. Al indocumentado de 25 años le fracturaron a patadas el cráneo el sábado 12 de julio de 2008.
Un grupo de jóvenes jugadores de futbol americano lo atacó cuando estaba en compañía de su cuñada anglosajona. Ramírez, que dejó una prometida “viuda” y dos hijos, falleció el lunes 14 de julio.
El 1 de mayo pasado, en el condado de Schuylkill los autores del crimen fueron declarados inocentes de los cargos de homicidio e intimidación étnica y la muerte del hispano mereció solo el dictamen para los perpetradores de asalto simple.
Otro que espera justicia es Robert Cantú, un adolescente al que cinco muchachos le colocaron una soga en el cuello y lo arrastraron el 30 de mayo de 2008 en Mount Vernon, Ohio. El principal acusado del ataque fue sentenciado en julio pasado a 10 días de encarcelamiento y 100 dólares de multa. Otra vez, otro caso de “verdadera” justicia.
Rafael Prieto Zartha es un periodista y columnista de origen colombiano radicado en Carolina del Norte
rprietoz@hotmail.com
*** Nota: Las opiniones expresadas son del autor, Rafael Prieto Zartha, y no representan las opiniones de Maribel Hastings o de America’s Voice***