Y bien, ya ha pasado un día de que los jueces de la Suprema Corte de Justicia de Estados Unidos escucharan los argumentos a favor y en contra de la Acción Diferida para los Padres de Ciudadanos y Residentes Permanentes (DAPA) y la extensión de la Acción Diferida para Quienes Llegaron en la Infancia (DACA).
Esa parte legal tuvo como telón de fondo en Washington, DC, las manifestaciones de apoyo popular afuera del edificio donde se presentaban las posiciones en torno al caso United States v. Texas, que fueron, hay que subrayarlo, la muestra más palpable de que estos programas de acción diferida conllevan el simbolismo de ser defendidos con “sangre, sudor y lágrimas”. Además de representar la poderosa voz de millones de inmigrantes en situación vulnerable.
Eso ha quedado muy claro desde el principio.
También es cierto que cada una de las partes hizo lo que le correspondía: unos impugnando, otros defendiendo, así como ocho jueces escuchando y cuestionando en torno al más mínimo detalle, a fin de llevarse bajo el brazo —y la conciencia— un asunto histórico a analizar de aquí a finales de junio, con el objetivo de emitir un fallo en torno al caso que ha mantenido en el limbo a millones de madres, padres e hijos que han vivido durante mucho tiempo en las sombras en este país por no contar con la documentación requerida.
Este último punto, precisamente, es el que compete a todos los que nos consideramos inmigrantes y que por una razón o por otra ahora contamos ya con esa documentación, a la que algún día aspiramos, con periodos de ansiedad e infinidad de temores de por medio porque parecía que no llegaba. Sólo quien ha pasado por ese proceso entiende por qué tantos padres, madres y jóvenes salen a las calles a defender algo que humanamente es suyo: la posibilidad de seguir llamando a esta nación su hogar, el único que de hecho, sobre todo los más jóvenes, conocen y reconocen como suyo.
En efecto, mientras las especulaciones en torno a un fallo favorable o desfavorable emergen como agua de una fuente —entre “sesudas” reflexiones y verborrea pseudoanalítica—, queda en el ambiente migratorio un asunto pendiente, que es el de los que, como se dice coloquialmente, ya están “más allá del otro lado”, los que como este escriba pueden contar con un poco más de libertad para tener un trabajo sin tener que sudar frío y con los nervios hechos nudo cuando hay que pasar por E-Verify, que podemos entrar y salir del país sin problema, y que podemos visitar a nuestros seres queridos en nuestro país de origen.
Ha sido un mensaje que hallé horas después de la audiencia en la Corte Suprema lo que me ha impulsado a desatar estas líneas, a recordar aquellos momentos de ansiedad en espera de una respuesta que no llegaba. Proviene de una colega a quien no conozco personalmente, pero que tengo como contacto en Facebook, una plataforma que no frecuento mucho, salvo para lo básico que representa estar a tono con los tiempos tecnológicos. Su nombre es María García, a quien corresponde el crédito absoluto de esta hermosa reflexión: “Esta noche, todos aquellos que conseguimos papeles en su día (a través del trabajo, del matrimonio, de la suerte, de asilo político, de petición por medio de un familiar… no importa), deberíamos meditar, orar, pensar, recapacitar… (como quieran llamarlo) por DACA y DAPA y esos otros 5 millones de amigos y hermanos que están como nosotros hace años: viendo cómo le hacen. La Corte Suprema ya empezó las audiencias. En unas semanas se la juegan y nos la jugamos con ellos. No nos olvidemos lo que era ‘querer papeles y no tenerlos’”.
Vaya manera de recordarnos que, mientras llegan las horas de junio, en esta forma de hacer historia los pasos siempre son hacia adelante, nunca hacia atrás.