Nadie sabe exactamente si las voces que desde México se han pronunciado en contra de las posturas antiinmigrantes y xenófobas de Donald Trump harán mella en su candidatura tarde o temprano, pero la postura oficial que ha adoptado ahora el gobierno mexicano a través de su presidente, Enrique Peña Nieto, agrega varios aspectos interesantes a una relación bilateral que históricamente, hay que reconocerlo, ha estado llena de altibajos.
Si se tardó o no en responder a la molesta y persistente retórica antimexicana del magnate –antes lo hicieron los expresidentes Felipe Calderón y Vicente Fox, este último diciendo que no iba a pagar por ese “pinche muro”, además de algunos miembros de su gabinete–, es asunto de los tiempos diplomáticos con los que gusta operar el ceremonioso oficialismo mexicano; pero lo que arrojan las palabras de Peña Nieto al decir que las posturas del empresario dañan una relación fundada en puentes más que en muros y que sus discursos lo hacen parecer más a un Hitler o a un Mussolini, tiene mucho que ver con el tipo de país con el que México seguramente quiere interactuar a partir del próximo año.
Dichas palabras del mandatario mexicano lanzan, al menos, tres mensajes: el primero, evidentemente, es la postura oficial de un gobierno vecino en torno de un candidato en particular, que a su vez no representa instancia oficial estadounidense alguna, de tal modo que su importancia es nula en el ámbito de las verdaderas decisiones que definen a las dos naciones actualmente; el segundo es que advierte al Partido Republicano que escogerlo como candidato presidencial dañaría aún más una relación bilateral que ha costado mucho rehacer a lo largo de varias décadas, para bien o para mal; y el tercero es el mensaje que envía, entre líneas, a los mexicanos afincados en Estados Unidos ya como ciudadanos de, dado el caso, no votar por un personaje que representa fundamentalmente racismo y que ha propuesto construir un gigantesco muro en la frontera sur, con la maquiavélica idea de que el costo lo absorban los mexicanos.
Dijo Peña Nieto en entrevista con el periódico mexicano El Universal en torno a los señalamientos de Trump: “…no estoy a favor de este tipo de posicionamientos. Me parece que lastiman una relación que México ha buscado con Estados Unidos de puentes, de diálogo, de acercamiento, de buscar soluciones a problemas comunes, a través de acuerdos y de tareas compartidas. Pero no a través del rompimiento”.
La Casa Blanca no ha tardado en responder a lo dicho por el gobierno de México, al decir que independientemente de su ideología, el próximo mandatario estadounidense deberá fortalecer la relación y la cooperación bilateral con el vecino del sur, tal como el gobierno de Barack Obama ha hecho a lo largo de sus dos periodos de gobierno, según Josh Earnest, vocero de la presidencia.
Así, los “vecinos distantes” que aún son México y Estados Unidos –como los definió aquel experimentado corresponsal de The New York Times, Alan Riding, el siglo pasado– distan mucho de representar la mejor de las relaciones diplomáticas en el mundo, pero seguramente no permitirán que la anacrónca xenofobia que transpira Donald Trump interrumpan una ya larga, ineludible e indestructible confluencia histórica, cultural y económica, producto sobre todo del fenómeno migratorio, agrade o no a los antiinmigrantes.