El 2008 dejó una huella profunda en la comunidad inmigrante de Patchogue, Long Island: el joven ecuatoriano Marcelo Lucero moría asesinado a manos de una pandilla que tenía como “pasatiempo” atacar a los latinos de ese pequeño poblado del condado de Suffolk. El 8 de noviembre de ese año la vida de la familia Lucero sería trastocada para siempre.
Los porqués del asesinato parecían reducirse a “un incidente más”, o como quisieron minimizarlo las autoridades locales en su momento, como “una historia de un día” si no se le hubiese dado tanta cobertura mediática. Claro, eso es lo que a ellos hubiera encantado.
Pero resulta que un crimen de odio no puede quedarse en el silencio, ni mucho menos en el olvido. No para los familiares, tampoco para una comunidad herida, que ocho años después no solo no olvida al joven Lucero, sino que ha hecho todo lo posible por impedir la presencia de Donald Trump, la actual reencarnación del racismo y la xenofobia en Estados Unidos, actitudes de intolerancia que parecían erradicadas de la sociedad estadounidense. Craso error: persisten. Y ahora con una violencia y prepotencia aún mayores en esta etapa de su historia.
Ningún medio informativo, en español o inglés, ha dejado de lado el tema, pues es tan significativo y tan simbólico, que el solo anuncio del acto de campaña del arrogante millonario en ese lugar manchado por la sangre derramada de un inmigrante latino asesinado por una pandilla de xenófobos, llamó de inmediato la atención de todo el mundo. La presencia de Trump, de hecho, es como escupir en la tumba del caído.
Ha sido Univision, por ejemplo, el medio que ha traído a la memoria aquella opinión de 2007 tan hiriente de un legislador local que se atrevió a decir sobre los jornaleros que pedían trabajo reuniéndose en grupo como suelen hacerlo en cualquier parte del país, que “si viviera en un vecindario donde la gente se reuniera de esa forma, sacaría mi pistola y empezaría a dispararles. Punto”. Posición que estaba a tono con las políticas antiinmigrantes del republicano Steve Levy, quien en ese entonces ocupaba el rango más alto en el condado.
Cualquier parecido con lo que ocurre en la actualidad ya no es coincidencia. Guste o no a la sociedad estadounidense, es un sentimiento que estaba oculto, nunca dormido, que solamente esperaba el momento de resurgir. Y de ese modo se está padeciendo ahora, sin que al parecer haya nada que lo pueda detener.
O tal vez sí, como también lo muestra la foto de la placa que está colocada en el lugar donde Marcelo Lucero fue asesinado, reproducida una y otra vez por diversos medios, y en la que ha quedado asentado como símbolo de unidad y organización el siguiente mensaje: “In Memory of Marcelo Lucero. 1971-2008. One tree, many branches, one love for all people. Todos somos uno”. (En memoria de Marcelo Lucero. 1971-2008. Un árbol, muchas ramas, un amor para toda la gente. Todos somos uno).
En efecto, aun herida y humillada, la comunidad latina de Patchogue tiene el suficiente valor para decir “Todos somos uno”, cuando se trata de defender la memoria de un inmigrante abatido por las fuerzas de la intolerancia.