Conforme pasan los días en que este gobierno hace todo lo posible por transitar por el lado malo de la historia, atosigando especialmente a los inmigrantes, algo históricamente importante va tomando forma en la conciencia social.
Este fenómeno —esta toma de conciencia— está ocurriendo no solo en Estados Unidos, sino en el resto del mundo: la vuelta de tuerca que ha querido dar el actual grupo en el poder ha evidenciado un insufrible anacronismo político y, al mismo tiempo, ha expuesto ante los ojos de todos la insania divisoria que el racismo y la intolerancia han querido implantar como nueva norma de comportamiento en este país, cuya imagen a nivel internacional ha quedado por los suelos por esa misma razón.
Las fuerzas que se oponen a esa barbarie no son pocas y, a decir verdad, cada vez se convierten en el símbolo histórico de estos tiempos, pues ganen o no la batalla de sus vidas estarán presentes por derecho propio en el capítulo que les confiera la historia nacional y mundial. Y con creces.
De entre esas fuerzas se destacan, en primer lugar, los Dreamers, que han mostrado al país y al mundo cómo una lucha organizada puede avanzar con base en la unidad, a pesar de todos los obstáculos que se les han colocado en el camino, especialmente las políticas antiinmigrantes emanadas de las “sesudas” mentes del actual gobierno; políticas que hoy mismo los mantienen en un limbo migratorio que nadie debería padecer, especialmente estos jóvenes que llegaron al país durante su infancia, sin conocer exactamente las razones de su desplazamiento fuera de sus lugares de origen.
Pero ahora luchan y se desviven por sus padres que arriesgaron todo por ofrecerles un mejor futuro; también luchan por sus comunidades, sus estudios y sus propias vidas —y mucho más luego de la cancelación de DACA y de la arbitraria fecha del 5 de marzo de 2018—, como cualquier otro estadounidense que ha crecido moral e intelectualmente en esta cultura, con el inglés como idioma —sumado a la lengua materna de sus padres— y con valores compartidos que han heredado de sus ancestros y de la nación que ahora llaman hogar.
Es una comunidad tan completa en todos los sentidos, que sería no solo una lástima, sino un error histórico el que Estados Unidos perdiera a estos jóvenes, tan solo por una agenda migratoria mal concebida y peor aplicada con base en la política de la exclusión del Otro, por razones de origen, de idioma o de color.
Si la “trama rusa” coloca finalmente en su sitio a quienes han querido implantar una agenda personal para encubrir otros objetivos, ajenos a la ética de Estado y contra la esencia migratoria de este país, la presencia de los Dreamers y en general de los inmigrantes, junto a su lucha en este momento histórico, habrán de darle no un nuevo, sino el verdadero rostro de un país y un mundo más incluyentes en busca del rumbo que necesita ya la historia contemporánea, no la involución y el retroceso promovidos desde la Casa Blanca.
Viéndolo bien, los Dreamers y su lucha son una salvación, aunque otras fuerzas los quieran expuslar del laboratorio demográfico que es Estados Unidos. En efecto, el futuro de estos jóvenes se está escribiendo todos los días. Mejor: lo están escribiendo ellos mismos.