Por David Torres
Acostumbrado a recurrir a los estereotipos para recibir el aplauso fácil, es seguro que Donald Trump nunca ha tenido la menor idea de lo que es la esencia humana. Sobre todo de aquellas comunidades de inmigrantes que tanto ha humillado, como la mexicana, que ahora mismo, tras el terrible terremoto ocurrido el pasado 19 de septiembre, le está demostrando que sus apreciaciones son completamente falsas.
Concentrados en las labores de rescate, dejando todo de lado para dar prioridad a quienes más lo necesitan en este momento, miles y miles de personas —dentro y fuera del territorio mexicano— han volcado su solidaridad con el único objetivo de superar lo más pronto posible esta tragedia, que ha azotado no solamente la Ciudad de México, sino a entidades tan cercanas y entrañables como Morelos, Puebla y el Estado de México. Tragedia que se suma a la del sismo ocurrido apenas una semana atrás, que dejó muerte y destrucción en Chiapas y Oaxaca.
Organizados estratégicamente con base en la experiencia que le dio a México ese otro sismo devastador del 19 de septiembre de 1985, los grupos de rescate y la sociedad civil se vuelven a conjuntar en una sola tarea común: salvar vidas, apoyar a los damnificados con víveres, ropa, agua y medicamentos, así como sanar con solidaridad los estragos psicológicos que lamentablemete dejan secuelas en quienes han padecido tan horrenda experiencia.
Vituperada por un gobierno tan antiinmigrante como el de Trump, la sociedad mexicana es una y la misma en este preciso momento, dentro y fuera del país, tal como hace 32 años.
Esa energía que se esparce por todos los rincones de la piel, por todos los confines geográficos mexicanos que desean ayudar, por cada piedra que es levantada para despejar el camino de escombros son una muestra tangible de que esos “algunos buenos” a los que se refirió el actual presidente son millones; sí, millones de manos y de pensamientos que superan con creces la errónea idea de que “traemos droga”, de que somos “violadores”, de que somos “delincuentes”.
Olvida que también hemos participado en la reconstrucción de ciudades devastadas por huracanes en terriotiro estadounidense, como en “Katrina” y “Harvey”, por mencionar solo dos, sin que exista siquiera la garantía de una aceptación tácita como comunidad.
“El fascismo se cura leyendo y el racismo se cura viajando”, decía Miguel de Unamuno. No tiene que ir muy lejos el actual inquilino de la Casa Blanca para darse cuenta que, aun en la tragedia, su vecino del sur está más lleno de gente buena y solidaria que de esos “bad hombres” de los que seguramente él sí se ha rodeado toda su adinerada vida.
Pero olvidaba que Trump solamente ataca a los más vulnerables para parecer más “fuerte” y que disfruta tipificando negativamente a personas y comunidades. Sin embargo, también me doy cuenta que la supremacía que tanto defiende lo hace ver más pequeño frente a la grandeza de un pueblo en desgracia que lucha por salir adelante, a pesar de todas las dificultades que conlleva un terremoto.
En efecto, al escarbar en mi cerebro con las uñas de la memoria tras haber ayudado a levantar mi ciudad de origen hace 32 años, descubro que, entre otras cosas, este sismo también debe derrumbar el estereotipo de Trump sobre los mexicanos y sus inmigrantes.