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Las hojas de la esperanza

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10/11/09 a 6:04pm por Rafael Prieto Zartha

Bitácora

Como todos los años, desde que me naturalicé como ciudadano estadounidense cumplí con el rito cívico de ir a votar en la fecha señalada por el calendario electoral en la primera semana de noviembre.

Así que el martes 3 de este mes, después hacer un repaso por los noticieros locales de la mañana y leer por internet lo relacionado con política en el diario en inglés de Charlotte, me alisté temprano para sufragar.

Me arreglé lo mejor posible y me unté la colonia que uso desde hace casi treinta años.

De camino al edificio municipal de Cornelius, donde estoy registrado para votar, por el cristal del panorámico el auto observé como el viento del otoño peluqueaba los arboles y las hojas rojas y amarillas caían en los prados y las calles con igual nostalgia que en el imborrable martes 4 de noviembre de 2008, cuando se hizo historia con la elección del primer presidente afroamericano.

En esta ocasión, las tres votaciones en las que se me permitió participar aparecían oficialmente como no partidistas, por lo que para cerciorarme de estar haciendo lo correcto, el día anterior llamé a la oficina condal del partido al cual estoy afiliado, pero allí no me supieron dar ninguna recomendación acerca de los candidatos que apoyaban y sus programas.

Entonces me comuniqué con la sede del partido por el que regularmente no voto y no comparto su filosofía, y allí una señora cordial me dio la orientación detallada de los aspirantes que secundaba y que por supuesto fueron los que descarté en el momento de sufragar.

No me demoré en usar la máquina electrónica en que digité mis preferencias más de medio minuto.

En la tarde pasé a hacer un diligencia en el banco y la cajera hispana que me atendió al ver en la solapa de mi abrigo la pequeña calcomanía ovalada con la bandera que indicaba que yo ya había votado, me dijo que el año anterior se había interesado mucho en las elecciones presidenciales y había sufragado con entusiasmo, pero que no planeaba participar en los comicios de ese día.

Yo terminé admonizándola cordialmente con una perorata por su actitud y le hice presente que los sitios de votación cerraban a las 7:30 de la noche.

Salí un poco sulfurado del banco al recordar las dificultades que se han tenido y se tienen aún en algunos lugares del mundo para que los seres humanos tengamos el derecho al voto.

Por mi mente pasó la película (y las películas) de cómo ha ido evolucionando el acceso a este derecho al que mucha gente le importa un bledo.

Me acordé de la cinta “Ángeles de hierro”, que muestra como las mujeres fueron a la cárcel y lucharon en este país por la aprobación de la enmienda decimo novena, que dio el derecho al voto al sexo femenino, el 18 de agosto de 1920.

Rememoré a los agentes federales en 1964 caminando empapados entre los lodazales de las aguas de las ciénagas del Sur en busca de los cadáveres de tres activistas de derechos civiles. Las imágenes de lo ocurrido con los organizadores comunitarios asesinados por miembros del Ku Klux Klan por intentar garantizar el derecho universal al sufragio a los afroamericanos fueron recreadas por Hollywood en la película “Arde Misisipí”.

Por mi cabeza pasaron las extremidades amputadas a los ciudadanos de Sierra Leona, a quienes hace tan solo pocos años les cortaron a machetazos las manos y los brazos por haber participado en unas elecciones libres. Los testimonios de las víctimas de las mutilaciones los vi en el documental “Diamond Life”.

Traje a la memoria un análisis del Centro de Política de Inmigración (IPC), que señaló que el presidente Barack Obama ganó los 13 votos del Colegio Electoral de Carolina del Norte por solo 14,000 sufragios, pero 26,000 fueron los aportados por latinos recientemente inscritos, que marcaron la diferencia frente a los sufragios obtenidos por el derrotado John McCain.

Cuando llegué a la casa me encontré con la alharaca de los analistas en la televisión por la derrota demócrata en las votaciones por las gobernaciones de Virginia y Nueva Jersey y las perspectivas de la vorágine que se aproximaba nacionalmente a causa del revés electoral.

Pero cuando revisé los resultados de las elecciones locales me volvió el alma al cuerpo. Anthony Foxx se convirtió en el segundo alcalde afroamericano en la historia de Charlotte y candidatos progresistas lograron la mayoría en el Concejo Municipal y la Junta de Educación.

Durante la semana las noticias fueron más alentadoras. En el Senado federal fue derrotada, por 60 votos contra 39, una propuesta del senador de Luisiana David Vitter, que proponía indagar el estatus migratorio a quienes llenarían los formularios del Censo de 2010.

Vitter, quien se vio involucrado en un escándalo de vínculos con prostitutas de lujo, encabezó junto con el senador Jeff Sessions la oposición al proyecto de reforma de inmigración y legalización de los indocumentados en 2007.

Y el sábado en la noche la Cámara de Representantes aprobó, con 220 votos a favor y 215 en contra, el proyecto de ley de reforma de la salud avalado por la Casa Blanca.

Unas son de cal, otras son de arena y la esperanza de una reforma migratoria subsiste. La mayoría de los legisladores federales que determinaron la suerte los proyectos de ley fueron elegidos en noviembre del año pasado. Por eso es que vale la pena ir siempre a ejercer el derecho al voto ataviados de la mayor dignidad.

Rafael Prieto es un periodista y columnista de origen colombiano radicado en Carolina del Norte

rprietoz@hotmail.com