La subjetividad con la que se escoge algo en la vida tiene que ver directamete con la serie de valores que nos respaldan, esos que nos han formado a lo largo de los años y que nos definen de pies a cabeza. Son nuestro reflejo, lo que proyectamos hacia el Otro, lo que nos hace ser aceptados o rechazados por nuestro entorno, en nuestro tiempo y nuestro espacio. Así se trate de la persona más humilde o de la más encumbrada; la que trabaje limpiando casas o la que vaya a ocupar la Casa Blanca.
Precisamente en este último caso es donde sorprende la decisión de la revista TIME esta vez.
Ha escogido al presidente electo de Estados Unidos como “Persona del Año”, una práctica habitual de este medio de comunicación, cuyos criterios no siempre han caído en el ámbito positivo de la condición humana –lo que dicha persona ha hecho en bien de la humanidad, por ejemplo–, sino que han estado en función solamente de la producción noticiosa que generen, así sean las personas más despreciables del planeta.
De este modo, por sus portadas han pasado, por ejemplo, Adolfo Hitler, Josep Stalin, el Ayatola Jomeini y Vladimir Putin, por las cuales recibió dicho medio severas críticas en su momento.
No se trata aquí de juzgar la decisión unilateral a la que tiene derecho una junta editorial, ya sea para publicar un reportaje, una foto o, como en este caso, una portada. Lo que llama la atención es que voluntaria o involuntariamente se preste al envilecimiento de un país que se pensaba estaba ya muy alejado del prejuicio y del racismo, y ayude a la propagación sobre todo del sentimiento antiinmigrante.
Al colocar al futuro presidente en su portada –lo cual no le agrega valor periodístico alguno a la revista, pues ese ya lo tiene ganado desde hace mucho tiempo– está validando la imposición de una forma de poder y de pensar amparada en la supremacía blanca, que ha hecho todo lo posible por reivindicar en el reciente proceso electoral una serie de privilegios de todo tipo, tan solo por su color, rechazando la actual realidad estadounidense, verdaderamente rica en su diversidad y potencialmente trascendental en términos históricos por su constante y variada migración humana, como ninguna otra nación en la historia.
¿Debe ser “Persona del Año” alguien que aboga por las deportaciones masivas? ¿Alguien que se burla de discapacitados; que llama violadores, narcotraficantes y delincuentes a un grupo específico de inmigrantes como los mexicanos, cuyo trabajo ha sido fundamental en el aumento del Producto Interno Bruto (PIB) de infinidad de estados del país durante décadas? ¿Alguien en cuyo nombre se han realizado ataques contra miembros de minorías por cuestiones raciales, antes y después de las elecciones; que ha despertado en su favor a grupos supremacistas como el KKK? ¿Alguien que prefirió pagar para no ir a juicio en el caso de las acusasiones de fraude que tenía su “Universidad”; que había acusado al juez que atendía el caso de no estar “calificado” para ello por su origen mexicano? ¿Alguien que utiliza de manera frenética su cuenta de Twitter a la menor provocación sin darse cuenta que ya es presidente electo y debería estar atendiendo verdaderas prioridades? ¿Alguien que ha insultado a mujeres de la manera más ruin, mostrando una misoginia absoluta; que dijo ser capaz de disparar en medio de la 5a Avenida sin que nadie le dijera nada; que propuso una prohibición al ingreso de musulmanes al país; que se mofó de la familia musulmana cuyo hijo perdió la vida en Irak y es considerado un héroe de guerra?
La lista es larga, y cada vez que emite una nueva declaración no se sabe si su contenido debe ubicarse en la insania que provee la tentación del poder absoluto o considerarla una desviación deliberada para consumo informativo-especulativo de los medios y complacencia para sus seguidores.
Decir, además, con todo cinismo que lo que le asombra a mucha gente es que está sentado en un apartamento de una categoría que jamás nadie ha visto y que, sin embargo, representa él mismo a los trabajadores del mundo, es como echar más sal a la herida de la pobreza interna y externa, esa que no se resuelve con una varita mágica ni con discursos llenos de demagogia para ganar votos.
Eran precisamente todos esos criterios los que habrían descalificado a cualquiera para ser considerado “Persona del Año” en cualquier certamen, publicación, concurso de barrio, kermés o feria de pueblo.
En todo caso, con esa plataforma no alcanzaría más que la calificación de la “Peor Persona del Año”. Y aun falta que le muestre a este país y al mundo su desempeño presidencial.
¿Habrá portada para eso?