Se lucha adentro y se lucha afuera. Se presentan argumentos orales ante los magistrados de la Suprema Corte de Estados Unidos adentro y se escuchan las cientos de voces en busca de justicia afuera del edificio. Voces buscando justicia adentro, voces manifestando su apoyo afuera por una causa humana: que las familias permanezcan unidas.
A eso ha conducido la lucha por la Acción Diferida para los Padres de Ciudadanos y Residentes Permanentes (DAPA) y la extensión de la Acción Diferida para Quienes Llegaron en la Infancia (DACA), las acciones ejecutivas del presidente Obama que se encuentran estancadas en los tribunales por una razón simple de entender, pero difícil de aceptar: la evidentemente politizada demanda de los 26 estados liderados por Texas que, además, tienen una carga altamente antiinmigrante.
Pero ahí se encuentra este histórico 18 de abril la joven Laura Hoyos, colombiana de origen, codo con codo junto a decenas de jóvenes que sólo buscan un mejor futuro. A pesar de que ella tiene ya su situación migratoria en regla, recuerda: “Por mucho tiempo mis padres fueron indocumentados”. Y precisamente por eso está aquí, a la espera de que se toque el corazón y la conciencia de los jueces, pues “comparto el sentimiento de las familias, de esa gente que tal vez algún día al despertar no sabe si van a estar sus padres. Siento que la comunidad inmigrante es una familia súper grande. Entonces no significa que porque yo no esté en la misma situación de millones más, su sufrimiento, su tristeza, su preocupación no sean míos. He querido estar aquí para apoyar a esas personas”.
Para Teresa Flores, que se ha desplazado desde Alabama con su contingente, el significado del apoyo es el mismo y la distancia que haya que recorrer no importa. Dice: “Soy mexicana, soy indocumentada y por eso estoy aquí. He sido activista durante algún tiempo y he conocido historias de varias familias que han sido maltratadas y humilladas”.
Es decir, quienes están aquí, afuera del edificio de la Corte Suprema, saben de primera mano lo que significa ser inmigrante, ser rechazado y ahora sobre todo humillado por una retórica antiinmigrante, encabezada por el multimillonario Donald Trump, favorito entre los candidatos a la nominación presidencial republicana. Dice con orgullo tener tres hijos ciudadanos, de 17, 14 y uno de 1 año, y no le gustaría que le pasara lo mismo, “que algún día fuera separada de mis hijos. Estoy en esta lucha porque hay mucha gente que está escondida por temor a ser detenida y deportada. Y si uno tiene la oportunidad de venir acá a dar la cara por todas esas familias, hay que hacerlo”.
Y llegan más: con sus voces que se convierten en cantos, en lemas, en consignas. Todos con el mismo espíritu, la misma esencia, el mismo fin: “Escuchen, escúchennos, escúchense a ustedes mismos y a su pasado, a su país, a sus orígenes”, parecen decir desde afuera a los jueces que escuchan los argumentos de los abogados, tanto de los que están en favor como de los que están en contra de los inmigrantes.
Ciria Álvarez lo entiende perfectamente bien, y por eso no se mueve de aquí, por eso decidió venir desde Utah a apoyar esta causa. Mexicana de origen –nació en Cuernavaca, Morelos–, ella es beneficiaria de DACA, programa que para ella significa “una y muchas oportunidades, me permite hacer mis prácticas profesionales como estudiante de Ciencias Políticas, pero sobre todo me permite estar aquí para pelear por las personas que no pueden hablar por ellas mismas, por los que no pueden estar aquí, por las familias que se quedaron en Utah, que necesitan DAPA y DACA para seguir adelante”.
Ella espera, en definitiva, que “los jueces puedan escuchar las historias humanas de DAPA y DACA, que sepan que es una ayuda para todos los inmigrantes que necesitan un programa estable para vivir. Quiero que los jueces logren entender sobre todo que esta es una petición muy humana que le ayuda a todos, sobre todo al país”.
¿Es tan difícil entenderlo?, se pregunta Alejandro Guízar, quien vino desde Birmingham, Alabama, a estar presente desde temprano. Nació en Sinaloa, México, y goza de DACA, programa que le permitió “tener un trabajo, una licencia, al menos por dos años, con la seguridad de que no voy a ser deportado”. Pero recuerda que hace un tiempo tuvo “un encuentro muy cercano con la deportación” y estuvo detenido en Louisiana por más de dos meses.
Por ello, dice con decisión mientras sostiene una pancarta en la que pide defender DACA y DAPA: “Mis padres y yo conocemos ese trauma. Desde ese momento mi familia y yo empezamos a luchar por los derechos de los inmigrantes, y aunque mis abuelos y mis padres no califican para DAPA o DACA plus, es un primer paso a otra gran victoria”.
Y las historias se repiten, se multiplican, por cada uno de los presentes, que van agotando los espacios de la acera frontal de la Suprema Corte, que se llena, se desborda y se extiende hasta el otro extremo, obligando a cerrar momentáneamente la calle, mientras los oradores en turno manifiestan su apoyo, como Kica Matos, de CCC/FIRM; Janet Murguía, de NCLR; Juan Escalante, de America’s Voice; entre muchos otros líderes que son, asimismo, producto de la inmigración que le ha dado un nuevo rostro a esta nación.
Pero ha sido Sophie Cruz, la pequeña gran líder del nuevo y futuro movimiento inmigrante en Estados Unidos, la que, precedida por el congresista Luis Gutiérrez –quien a su vez trajo la buena nueva de que al menos los abogados republicanos admitieron que Obama tuvo razón al emitir las acciones ejecutivas—dio el mensaje de esperanza que más de un juez necesitaba escuchar:
“Hola, mi nombre es Sophie Cruz, soy ciudadana americana. Estamos aquí unidos por una sola misión: queremos los mismos derechos para todos. Le pido a los jueces que nos protejan a nosotros los niños y a todos los migrantes. Ayúdanos con DAPA, DACA y una reforma migratoria para todos. Tengo derecho a una protección, tengo derecho de vivir con mis padres, tengo derecho de vivir sin miedo, tengo derecho de vivir feliz. Dame la oportunidad de alcanzar mis metas, dame la oportunidad de crecer con mis padres. Ustedes también fueron niños, tuvieron sueños como yo y alcanzaron sus metas con el apoyo de sus padres. No hagan nuestro camino más difícil. Tengo fe en que ustedes como padres y como humanos tomen la mejor decisión. Gracias por escuchar la voz de todos los migrantes”.
En el “sí se puede” repetido infinidad de veces por su delicada voz, ella misma envía el mensaje de que, tanto dentro como fuera de la Corte Suprema, los inmigrantes han construido este país en todas las instancias. Así ha sido y así será.