David Torres
Alejado ya de todo contacto con el poder y su ejercicio, condenado en un tribunal federal por desacato, el otrora exalguacil “más duro” del país resultó ser uno más de los abandonados por Donald Trump. Y aun cuando el actual mandatario ha declarado recientemente —como una más de sus reacciones tardías— que estaría sopesando la posibilidad de perdonarlo, en el mundo de quien actualmente ocupa la Casa Blanca, es de suponerse, los “perdedores” no tienen lugar.
En su actual condición de delincuente ya condenado, Arpaio —quien con ese antiinmigrante estilo personal de ejercer sus funciones dejó en el nombre de Maricopa una mancha que va a costar mucho trabajo limpiar— se dio cuenta muy al final de su criticada carrera que las lealtades en la esfera política son tan endebles como un castillo de arena. Y tal parece que entre quienes toleran la xenofobia y la supremacía blanca es peor.
¿Ha dicho algo Donald Trump en favor de Arpaio desde que este fuera condenado a finales de julio, salvo tardíamente que sopesa “perdonarlo”? Esa es precisamente una de las sorpresas y reclamos del mismo Arpaio, quien a pesar de haber sido una de las primeras figuras políticas de la extrema derecha en brindar su apoyo a la entonces candidatura de Trump, no ha escuchado pronunciamiento alguno para interceder por el octogenario exalguacil.
En su momento, Arpaio dijo, hacia principios de 2016 en Marshalltown, Iowa, con una felicidad que lo embargaba: “Es fácil apoyarlo, ya que todo lo que yo creo, él lo está haciendo y lo hará cuando se convierta en presidente”.
Sin embargo, en una reciente entrevista que le hiciera Infowars, un medio afín a sus ideas y tan polémico como él, Arpaio cuestionó: “¿Dónde está el presidente Trump en este caso?” Y añadió como una plañidera: “Y ante esto qué, el presidente Trump guarda silencio”.
Pero lo más patético del caso fue cuando Arpaio dijo con reclamo: “¡Dónde está mi apoyo!”
Es ahí donde radica la verdadera esencia de quien ha hecho de la retórica antiinmigrante la argamasa de su éxito político, misma que lo ha colocado en la oficina más importante de Estados Unidos, sin que esto lo comprometa con nada ni con nadie, salvo consigo mismo.
Es decir, subir peldaños económicos y políticos utilizando las espaldas de los demás le ha rendido frutos a Trump hasta hoy. Así sea una figura prominente como lo fue Arpaio y a quien ahora deja a su suerte, o un colectivo de exaltados votantes —además del Colegio Electoral, del que nada se ha dicho aún— que lo catapultó increíblemente hacia la presidencia, un puesto que hasta el momento le ha quedado demasiado grande.
¿Esperaba realmente Joe Arpaio que el “nuevo enviado” blanco lo salvaría desde un primer momento, tal como lo creen a fe ciega sus seguidores y los “analistas” que lo defienden a diestra y siniestra en programas de debate, donde convierten su discurso churrigueresco en el arte de defender lo indefendible?
Lo que le ha ocurrido a Arpaio, quien permaneció en su puesto desde 1993 hasta 2016 —enfocando sus drásticos objetivos básicamente en inmigrantes latinos, actitud discriminatoria que finalmente lo llevó a su debacle— es un ejemplo a escala de lo que se perfila en el firmamento social de este país en el futuro cercano.
El silencio de Trump que tanto ensordecía a Joseph M. Arpaio y lo llenaba de una inmensa y antiinmigrante soledad es el reflejo exacto de lo que podría ocurrir con el Estados Unidos de los antiinmigrantes, nación que quieren modificar por decreto y con execrables dosis de racismo.
Aún no se dan cuenta de que, aun cuando fuese perdonado, el melodramático fin de Arpaio es también el espejo donde en algún momento se reflejará la anacrónica visión de un país excluyente que tanto defienden los supremacistas.
Hay irresponsabilidades políticas que la historia no perdona. Pero de eso aún no quieren darse cuenta, como Arpaio antes de perderlo todo.
*David Torres es Asesor en español de America’s Voice