El presidente Donald Trump llegó arrasando. A nadie sorprende que quiera hacer realidad aquello de que “lo prometido es deuda”. Aunque, claro, se trata de promesas que le parecen razonables al sector más nativista de los votantes que lo apoyaron y a pesar de que diversos sondeos sostengan que la mayor parte de los estadounidenses no creen que el muro será efectivo; que se opongan a las deportaciones masivas, y que consideren que debe haber una solución sensata. Esto, incluyendo una vía a la ciudadanía para los millones de indocumentados ya establecidos en este país hace décadas y con hijos, cónyuges y familiares ciudadanos y residentes permanentes.
Pero eso a Trump no le importa porque él solo sigue gobernando para ese sector nativista que lo impulsó y que ahora tan bien representado está en su gabinete y en su equipo de trabajo.
La presidencia de Trump es de reality show y eso es lo que busca. Que lluevan fotos y videos del momento en que se dé el primer palazo para remover la tierra donde se levantará un muro en alguna parte de la frontera donde sea factible. Después, si terminan un tramo de verja, hacer otra ceremonia para decir que la completaron, y quién quita y hasta le ponen un letrero con caracteres dorados que diga TRUMP WALL. Con este personaje nunca se sabe.
Y todo esto daría risa si sus consecuencias no fueran tan trágicas a tantos niveles.
Con el muro, por ejemplo, se ha determinado que es imposible levantarlo a lo largo de toda la frontera, que cuesta miles de millones de dólares y que finalmente no soluciona el problema de fondo. Tampoco hay recursos asignados para estos fines en momentos en que se habla de recortar fondos de programas tan vitales como el Seguro Social y el Medicare; y ahora resulta que los contribuyentes pagaremos por el mentado muro y, en algún momento, según Trump, México “nos reembolsará”.
No conforme con el muro, Trump anunció lo que para efectos prácticos es una fuerza de deportación que no solo la integrarán más patrulleros fronterizos en la franja para detener y deportar incluso a quienes vengan buscando asilo, y al interior del país más agentes del Servicio de Control de Inmigración y Aduanas (ICE). Más aun, revive la colaboración de las autoridades migratorias federales con policías locales y estatales mediante el controversial programa Comunidades Seguras, que resultó en la detención y deportación de personas no condenadas por ningún delito, o de asuntos menores como una violación de tránsito.
Las propias policías locales argumentaron en su momento que estos programas minan la confianza de la comunidad inmigrante en la policía, resultando en que no informen como testigos o víctimas de delitos. Este programa había sido eliminado por el gobierno de Barack Obama en 2014.
Trump dice que se centrará en criminales, en 2 ó 3 millones, aunque se calcula que la cifra de indocumentados con historial delictivo no es tan alta. Lo que sucede es que las órdenes ejecutivas amplían los criterios de lo que las autoridades pueden considerar un delito que haga a una persona deportable, incluyendo violar las leyes migratorias, lo que coloca un blanco identificatorio en las espaldas de todos los indocumentados.
En conclusión, que con su “murallazo” y su fuerza de deportación Trump ha declarado temporada de cacería de inmigrantes sin importar las consecuencias humanitarias, económicas ni los valores de este país. Su reino de terror comienza y con ello la resistencia de los propios inmigrantes y de quienes los apoyan.
Maribel Hastings es asesora ejecutiva de America’s Voice.