Me van a disculpar porque esta vez no escribiré ni de Trump ni de Clinton.
Falleció el Divo de Juárez, Juan Gabriel, y me conmovió mucho la noticia.
Verán, comenzó a gustarme Juan Gabriel porque era de los favoritos de mi madre. Poco a poco nos convirtió a mi padre y a mí en fans del cantautor. Nos gustaba lo variado de sus letras, desde cosas jocosas e inocentes hasta las más desgarradoras de amor y desamor; y a mí en particular me gustaban sus rancheras, en especial “Inocente Pobre Amigo”, “Hasta que te conocí” y “La Farsante”.
Sin proponérselo, Juan Gabriel compuso la canción que es himno para muchos que hemos perdido a nuestra madre, “Amor Eterno”, que cuando mi madre falleció hace casi 15 años fue mi mejor refugio junto a “Canto a la Madre”, de otro grande, el panameño Rubén Blades. La música para mí es terapia y escuchar esas canciones se tornó en mi mejor tratamiento sin necesidad de acudir a un psicólogo.
Mi madre, sin embargo, nunca vio a Juan Gabriel en concierto. La dicha la tuvimos mi padre y yo precisamente el año pasado, aquí en San Juan, Puerto Rico, sin sospechar que sería también la última vez que disfrutaríamos de uno de sus espectáculos.
Nos impresionó su capacidad de echarse al público en la bolsa. Era difícil escucharlo cantar porque de principio a fin el público lo acompañó en todas y cada una de sus interpretaciones, desde las más viejitas hasta las más recientes. Se ponían de pie, le gritaban “¡Te amo!” y él agradecía el enorme cariño que le profesaba su público boricua. Llamaba la atención que ese público incluía personas de diversas generaciones, desde los mayores hasta los más jóvenes probando que su alcance era multigeneracional.
Su energía, versatilidad y simpatía en el escenario lo convirtieron en un verdadero showman como pocos.
Fue sin duda uno de los más grandes embajadores musicales de México para el mundo, y, al mismo tiempo, uno de los más comprometidos promotores de la reforma migratoria, no sólo por el amor a su gente que por necesidad tenía que emigrar a este país, sino por la gran cantidad de sacrificios y rechazos que sufrían, sobre todo los indocumentados.
Precisamente uno de sus mejores álbumes lo tituló “El México que se nos fue”, una de cuyas más emblemáticas obras es “Canción 187”, sobre la proposición que con ese mismo número el exgobernador republicano de California, Pete Wilson, desató una ola antiinmigrante en ese estado. Juan Gabriel, de ese modo, también habló y cantó por los suyos en Estados Unidos.
El protagonista de “Canción 187”, un indocumentado de Michoacán, va de estado en estado fronterizo probando suerte y declara: “Y por si fuera poquito, tienes otro gran problema, tienes que andarte cuidando siempre de la migración”. Al final regresa a Michoacán y concluye: “Adiós gringos peleoneros, buenos pa’ las guerras son, ellos creen que Dios es blanco y es más moreno que yo”.
Juan Gabriel defendió a los indocumentados, a sus compatriotas de este lado de la franja, y amó a su público.
Y como su canción, el amor de ese fiel público será, sin duda, eterno.
Maribel Hastings es asesora ejecutiva de America’s Voice.