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Había una vez una nación de inmigrantes

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Conscientes de que en el fondo y en la forma la sociedad estadounidense nunca nos aceptará como partes integrantes del país –sobre todo por color, origen y acento–, los inmigrantes hemos creado una especie de mundo paralelo con base en el cual nos autofortalecemos como grupo y, al mismo tiempo, nos adaptamos perfectamente al sistema de cosas.

Cumplimos con la ley, contribuimos considerablemente a la economía, sí presentamos nuestra declaración de impuestos, abrimos negocios, estudiamos, establecemos medios de comunicación en nuestro idioma sin dejar de aprender la otra lengua, fortalecemos las empresas, mantenemos productivos los campos estadounidenses, destacamos en diferentes disciplinas profesionales, deportivas, laborales, científicas… en fin, hacemos vida lo más feliz que se pueda, así le pese a las fuerzas más antiinmigrantes de esta nación, ahora más cargadas de racismo y xenofobia.

Hablo, por supuesto, de los inmigrantes que le damos vida y funcionalidad a este país, sin documentos o con ellos, al igual que otras generaciones de inmigrantes de épocas remotas que a su vez formaron familias, cuya descendencia usufructuó todos sus esfuerzos, creando segundas, terceras y más generaciones que ahora mismo deberían hacer un acto de conciencia y honrar la memoria de sus ancestros, no rechazar a los nuevos inmigrantes, actitud que ha querido institucionalizar el actual grupo en el poder.

Porque decir que Estados Unidos ya no es una “nación de inmigrantes”, como quedó evidenciado la semana pasada cuando el titular del USCIS, Francis Cissna, eliminó esa parte de la Declaración de Principios de la institución que está a su cargo, es negar por decreto la esencia misma de este país. Así, de la noche a la mañana, como un capricho gubernamental que no se consulta, ni mucho menos se miden sus consecuencias inmediatas ni a largo plazo, se nos ha querido inocular la idea de que “había una vez una nación de inmigrantes”.

Por lo pronto, la hermosa y rica herencia peruana de Cissna ha sido ofendida estratosféricamente por él mismo como funcionario, cuya credibilidad ante la comunidad hispana ha quedado por los suelos. Se entiende, claro, que él, como parte del gobierno actual, sólo sigue directrices emanadas desde la Casa Blanca (¿la huella de Stephen Miller?), pero eso no lo exime de responsabilidad moral, al menos con los suyos.

Durante la audiencia de confirmación ante el Comité Judicial del Senado en mayo de 2017, Cissna dijo claramente: “La experiencia de los inmigrantes ha sido una parte fundamental de mi vida familiar, y me sentiría orgulloso de llevar esa herencia conmigo”. Luego agregó: “Nuestra familia es, literalmente, un producto del sistema de inmigración legal de nuestra nación… Si me confirmaran, estas experiencias sin duda iluminarán todo lo que haga como director de USCIS”.

Esa iluminación, a decir verdad, fue más bien opaca en tan poco tiempo.

En fin, a la actual generación de inmigrantes nos ha tocado vivir la época del “trumpismo” y, como muchas otras eras de terror, tenderá a sucumbir, mientras los inmigrantes continuaremos con nuestro camino histórico, a pesar de todos esos obstáculos disfrazados de leyes migratorias. Esto, obviamente, no es exclusivo de Estados Unidos, sino que es una situación que ocurre en todo el mundo y que se ha repetido infinidad de veces a lo largo de la historia de la humanidad.

“La migración es la estrategia humana más antigua para aliviar la pobreza”, decía hacia diciembre del año pasado el titular de la Organización Internacional para las Migraciones, William Lacy Swing.

Pero como no se han entendido las razones por las que el ser humano ha emigrado desde el inicio de su historia, es más fácil para los xenófobos criminalizar al inmigrante, culparlo de todos los males de una sociedad específica y tratar de expulsarlo básicamente por cuestiones raciales.

Una fórmula fácil para un problema mucho más complejo, que rebasa lo simplemente migratorio, tocando fibras muy sensibles de la economía y los derechos humanos, de la distribución de la riqueza de las naciones y los desequilibrios que causan precisamente la pobreza y la falta de oportunidades.

Aun con todo eso, nos “premian” con rechazo, mientras los inmigrantes continuamos enseñando a este país y al mundo cómo se aprende a sobrevivir todo el tiempo y en cualquier circunstancia.