Y parecen quedar tres precandidatos republicanos y qué tres: Donald Trump, un bravucón narcisista que apela a lo peor del país; Ted Cruz, un senador de Texas obstruccionista que promueve la división con media sonrisa e invocando a Dios; y otro senador, Marco Rubio, de Florida, que baila al son que le toquen y cambia de posturas según soplen los vientos políticos.
El triunfo de Trump en Carolina del Sur forzó la salida de Jeb Bush de la contienda, el único con un historial para apelar efectivamente a los electores hispanos en una elección general. El gobernador de Ohio, John Kasich, y el neurocirujano Ben Carson, siguen en la contienda, pero no queda claro por cuánto tiempo. Al anunciar su salida y sin mencionar a Trump por nombre, Bush declaró que el próximo presidente debe ser una persona que sirva al país con “honor y decencia”.
Si el nominado republicano y eventual presidente resulta ser uno de los tres mosqueteros, especialmente Trump, que Dios nos agarre confesados.
Sin duda se trata de un ciclo electoral de voto de castigo contra las élites de los dos partidos. Por el bando demócrata, el senador de Vermont, Bernie Sanders, le está dando una dura pelea a Hillary Clinton por el favor de sectores electorales significativos, como jóvenes e independientes. Y Clinton también debe superar algunas de las percepciones negativas que tienen de ella los votantes, particularmente en torno a su sinceridad.
Pero la pregunta es qué dice del país y de los votantes de Estados Unidos el que Trump sea el puntero republicano, un individuo sin claras propuestas, fanfarrón, irreverente y prejuicioso que ha ofendido a todos y que apela a lo peor de los sentimientos humanos.
A Trump le siguen dos senadores de origen cubano que a pesar de estar en sus cuarenta, esbozan posturas de otro siglo como el embargo contra Cuba, favorecen la carrera armamentista y el aislacionismo. Y amenazan con revocar algunos de los logros de la presente administración.
Y lo que es peor: los tres, que no muestran compasión al prójimo, son favorecidos por los evangélicos.
Con la salida de Bush, el bando republicano se hace más extremista y menos capaz de apelar a los sectores electorales requeridos para ganar la presidencia. Los desarrollos ponen a correr a la plana mayor del Partido Republicano. La guerra civil entre los republicanos moderados y extremistas continúa y los últimos van ganándola apostando a que la rabia de la base anglosajona supondrá que salgan a votar en masa y sólo requieran menores porcentajes de minorías para ganar la Casa Blanca. ¿Será?
Hay observadores que siguen insistiendo que Trump no ganará la nominación, pero eso decían desde el principio.
Y hay otros sectores que creen que Cruz o Rubio podrán competir efectivamente por el voto latino contra quien resulte el nominado o la nominada demócrata, pero eso está por verse. En un tema definitorio para los votantes latinos, como la inmigración, ambos compiten por huir de sus historiales, particularmente Rubio, y por mostrar mano dura.
Con todo, Rubio, de ser el nominado, podría a apelar a latinos del estado que ha representado desde el 2011, Florida, y que es clave para ganar la presidencia. Pero esto depende de muchos factores. No por ser de origen cubano supone que todos los cubanos votarán por él como tampoco supone que otros hispanos en Florida y en otros estados lo hagan, pues las propuestas tienen más peso que el apellido.
Lo que sí queda claro es que nos encontramos ante un ciclo electoral oscuro impulsado por la rabia y por el miedo a los cambios demográficos y, como dice el dicho, tomar decisiones con la cabeza caliente puede tener resultados lamentables.
Al despedirse ayer, Bush dijo que había impulsado una visión de un Estados Unidos “que incluya a todos… porque nuestro país merece un presidente para todos”.
Al menos los republicanos extremistas no lo ven así. Pero ya veremos.
Maribel Hastings es asesora ejecutiva de America’s Voice.