Cuando Donald Trump asumió la presidencia de Estados Unidos, todos los inmigrantes estábamos conscientes de que los siguientes cuatro años iban a ser muy difíciles. Sin embargo, las cosas han resultado peores de lo que pudimos imaginar.
Los pronósticos de que este gobierno se enfrascaría en una cacería de inmigrantes se quedaron cortos. Trump está enfocado en realizar una “limpieza social” en un país donde la mayoría de sus habitantes son inmigrantes, cerrando puertas y creando caos entre toda la población. De este modo, el Sueño Americano para muchos se ha vuelto una pesadilla.
La mayoría de nosotros vinimos a este país en busca de una mejor vida, con toda la intención de ser miembros productivos de esta sociedad. Muchos tenemos hijos que son estadounidenses que han hecho toda su vida en este país. Trabajamos y pagamos impuestos. De hecho, puedo decir que mi experiencia en los Estados Unidos ha sido muy gratificante; en general, sólo tengo cosas buenas que decir acerca de las personas y todas las experiencias que he vivido.
Sé que estar lejos de la familia no es fácil. Pero en mi caso, el ver a mi hija feliz, progresando en sus estudios, trabajando y ver que en dos meses ya se gradúa de la Universidad ha justificado todo sacrificio. Es un sueño hecho realidad.
A pesar de todo esto, es la primera vez que he sido testigo y también he sufrido en carne propia de la hostilidad y el sarcasmo de parte de muchas personas que nos miran como ciudadanos de segunda clase, no merecedores de ningún tipo de consideración.
Todo este ambiente hostil ha sido fomentado por un presidente que es claramente racista y que hasta ahora no ha mostrado ninguna intención de trabajar en una solución que legalice a los Dreamers o a los 11 millones de indocumentados que tienen años viviendo en este país.
Me es difícil ser pesimista, sencillamente no está en mi naturaleza, pero muchas veces durante estos últimos meses me he quedado sin palabras.
En en esas circunstancias que me viene a la mente la historia bíblica de David y Goliat, el pastor frente al gigante. Sé que muchos inmigrantes sienten que la lucha que enfrentan es contra un gigante que nunca van a poder vencer, pero no podemos bajar los brazos ni dejarnos llevar por las apariencias, pues las injusticias no prevalecen para siempre.
El joven David, pastor de ovejas con sólo una honda y cinco piedras fue capaz de derrotar a un gigante armado y con experiencia de combate. Lo venció con convicción y fe de que Dios estaba de su lado peleando esa batalla.
No podemos dejar de pelear por nuestros derechos, no podemos dejar que el miedo nos silencie, no podemos sentarnos en una esquina y seguir siendo víctimas. Todo dura hasta un día, y nuestro día de victoria está cerca. No pierdas la fe.