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El falso “taco” de Donald Trump

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Parece que estereotipar a una comunidad como la mexicana ha sido relativamente fácil para Donald Trump. De hecho, para cualquier antiinmigrante que base su filosofía de vida en el racismo le será fácil “encajonar” a los demás en una falsa clasificación que su limitado entendimiento le permita. Son como “ignorantes funcionales” que se abren paso en la vida creando en su cerebro un mundo lleno de falsedades que repiten de generación en generación, convirtiendo todo eso al paso del tiempo en xenofobia. Y con dinero, mucho más. Así los Trump.

El más reciente de sus exabruptos mediáticos ha sido esa patética foto enviada a través de Twitter en la que, sonriente, mirando fijamente a la cámara, está frente a un extraño platillo de dudosa y temible procedencia, al que llama “taco bowl” (otros la han llamado “taco salad”) y con la que pretendió quedar bien con la comunidad hispana, enviando felicitaciones por el 5 de Mayo y asegurando que “ama a los hispanos”.

Desconozco si el señor Trump ha podido comer alguna vez en su vida un taco de verdad, estilo de comida que ya degustaba el mundo prehispánico hace bastantes siglos. Ese que se prepara con una tortilla, o dos, y a la que se le agrega alguna de las exquisiteces del verdadero arte culinario mexicano –los guisos son variados, ricos e infinitos, en cualquiera de sus presentaciones– y que se come directamente con las manos; bueno, con una, la que más acomode.

Lo que sí es evidente en el caso del magnate es que llama “taco” a un raro mejunje que no tiene ni la forma ni el tamaño, ni mucho menos la apetitosa presentación de rigor tan internacionalmente conocida. En todo caso, lo que más produce es asco.

Precisamente en ello, en algo que a él le parece tan trivial sin serlo, es donde radica el verdadero ser interior de Trump: un tipo que no conoce lo que critica, ataca y quiere exterminar.

Y si esta interpretación de su ignorancia se extrapola a lo que también ha dicho de los mexicanos desde el principio –que son violadores, traficantes de drogas, delincuentes, etc., etc., como si en Estados Unidos todo fuera puro y bueno— nos daremos cuenta de que su limitado conocimiento no sólo sobre esta comunidad, sino sobre cualquier otro tema en general (inmigración o política doméstica e internacional, por ejemplo), lo coloca en un pedestal muy específico del análisis psicológico: un mentiroso compulsivo que puede inventar cualquier sarta de mentiras en torno a una persona, una comunidad o un tema con el propósito de lograr lo que se proponga, no importa que destruya a su paso a los demás.

Infantil no es, pero tampoco lo suficientemente maduro para entenderlo. El problema es que sus seguidores tampoco lo son, y eso sí es un verdadero riesgo para el país que Estados Unidos quiere ser… o dejar de ser.

Trump, en el fondo, ignora lo que somos porque ignora lo que comemos, en el entendido de que no sólo de tacos viven los mexicanos. Pero él se ha creado una idea estereotipada que le ha permitido llegar adonde está, incluyendo la foto mencionada que publicó en su cuenta de Twitter, donde sonríe diciendo que ama a los hispanos frente a lo que él cree que es un taco. Eso es lo de menos. Lo más siniestro esa esa sonrisa, como la del verdugo que está asesinando a su víctima diciéndole que la ama… sonriendo  de oreja a oreja.

Jorge Ibargüengoitia (1928-1983), ese gran escritor mexicano que satirizó literariamente hasta la carcajada todo lo que encontró a su paso, escribió alguna vez, irónicamente por supuesto, sobre el origen del taco: “Quiero inventar algo que al mismo tiempo sea plato, cuchara, servilletas y mantel –ha de haberse dicho el inventor en el origen del proceso–, que no sea necesario lavar y que sin embargo dé a quien lo está usando la seguridad de que lo que va a ponerse en la boca no ha pasado nunca antes por otros labios. Algo que se consuma al usarse, de tal manera que al terminar el banquete, sin necesidad de que nadie recoja nada, no quede en las mesas rastro de que ahí se ha probado un bocado”.

Exacto: pero eso es algo que Trump ni se imagina al “presumir” su “taco bowl”, una cosa que más bien parece una bacinica llena de su propio antiinmigrante y racista estiércol a punto de ser devorado por él mismo, con el fin de reciclar su retórica xenófoba.

En todo caso, el único “homenaje” a sus epítetos antimexicanos ha emergido del arte de preparar verdaderos tacos y proviene de un famoso taquero de Chihuahua, llamado Don Beto, quien inventó el “Taco Trump” hace algunas semanas y que fue destacado como nota curiosa en la prensa mexicana. ¿Y cómo es ese taco? Sencillo, respondió “Don Beto”: pocos sesos, mucha lengua y trompa de cerdo.

Provecho.