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El día que el odio perdió

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Confiados en que la fórmula de racismo, odio y exclusión utilizada por Donald Trump podría seguir funcionando en campañas políticas para ganar un puesto público, los antiinmigrantes se llevaron un chasco al ver frustradas sus intenciones en los comicios del pasado 7 de noviembre, especialmente en las contiendas para gobernador en Virginia y Nueva Jersey.

Ese día el odio perdió.

En efecto, quienes optaron por la unidad y la pluralidad ganaron, mientras que quienes se aferraron a la división y el nativismo perdieron. Tan sencillo como eso.

Los republicanos Ed Gillespie, en Virginia, y Kim Guadagno, en Nueva Jersey, se creyeron amparados por el falso poder de quien ahora detenta la Casa Blanca y perdieron ante los demócratas Ralph Northam y Phil Murphy, respectivamente, apelando a la retórica anquilosada y anacrónica de un mandatario que cada vez más se ve despojado de las capas de mentiras que lo han cobijado desde que surgió a la palestra política en 2015 con una campaña contra los sectores más vulnerables.

Pero mientras la investigación del fiscal especial Robert Mueller avanza con esperanzadores resultados, los naipes de la mafia van cayendo y las derrotas de sus aliados se van haciendo más evidentes.

No hace falta abundar en la serie de victorias de miembros de minorías en otros estados del país que, en buena medida, representan el Estados Unidos contemporáneo, más acorde con la realidad nacional e internacional y adaptado a los cambios que requiere esta etapa de la historia mundial.

Son esos triunfos la punta de lanza de la nueva etapa política en la que acaba de ingresar el país, con los que se empieza a consolidar una nueva plataforma de participación plural —política y étnicamente hablando—, con base en la cual derrotar a la supremacía que ha querido aplastar décadas de lucha por los derechos civiles, añorando una serie de privilegios tan solo por el color de la piel.

Baste mencionar, por ejemplo, a Elizabeth Guzmán y Hala Ayala, quienes se convertirán en las primeras asambleístas latinas en la historia de Virginia. O a Ravi Bhalla, quien será el primer alcalde sikh en la historia de Hoboken, Nueva Jersey, a pesar de la campaña de terror en su contra. O Jerry Shi y Falguni Patel, descendientes de familias asiáticas que formarán parte del distrito escolar del condado de Edison en Nueva Jersey. O Justin Fairfax, primer afroamericano elegido como vicegobernador de Virginia en las útimas tres décadas. O Danica Roem, primera transgénero en acceder a la Asamblea Estatal de Virginia.

Es decir, el mensaje ha sido claro y más que contundente: el racismo y la discriminación no caben más en estas circunstancias en esta nación.

Si por un descuido descomunal logró colarse una agenda con tintes fascistas en el llamado “país de las libertades” colocando en la Casa Blanca a un acosador de minorías y a una serie de aliados que le han dictado cómo operar contra los inmigrantes y otros sectores, la puerta de la esperanza se ha abierto para hacer frente a ese error histórico que se hace más grande conforme pasa el tiempo.

Mucha gente dice que un año es muy poco tiempo para evaluar el desempeño de un gobierno. Bueno, eso depende del tipo de gobernante, del país y del momento político que se esté viviendo. Con estas derrotas queda más que evaluada negativamente la influencia de la retórica del trumpismo, la cual se debilita y tiende al fracaso inevitable en un mundo que le es difícil entender y mucho menos aceptar.

Pero el problema quizá no sea para él, cuyos intereses están muy por encima de los de este país. En todo caso, el problema lo hereda el partido que lo impulsó y al que le va a costar mucho trabajo desandar el camino malo y rehacerse como organización política para ser creíble ante un electorado cada vez más consciente de que el racismo, la discriminación y la xenofobia no son la vía para configurar el nuevo rumbo de una nación de inmigrantes.