Cada vez que surge un nuevo caso de evidente acoso contra los inmigrantes, se desdibuja la razón de ser de un país como Estados Unidos. Su imagen se desgaja, su historia contemporánea se resquebraja y su legado como “motor” del mundo se hace polvo.
¿Quién alaba a un país en el que agentes migratorios vestidos de civil detienen sin orden judicial a un trabajador inmigrante que realiza sus actividades en una propiedad privada, como en el caso de Oregon?
¿Quién puede mostrar respeto a una nación en la que la Patrulla Fronteriza custodia la habitación del hospital donde una niña indocumentada de 10 años que sufre parálisis cerebral se recupera de una cirugía realizada de emergencia, con la intención de deportarla una vez que sea dada de alta?
¿Quién entiende a un gobierno que se enfrasca en una batalla legal (y la pierde) contra una adolescente indocumentada que decide optar por el aborto porque es su decisión, y en la que ningún político puede ni debe influir, independientemente de su postura respecto al tema?
Son casos en los que el trabajador Carlos Bolaños, la niña Rosa María Hernández y la adolescente centroamericana a la que se denominó ‘Jane Doe’ aparecen de repente ante la nación y el mundo como ejemplos de la ignominia que está padeciendo, las más de las veces en silencio, una buena parte de la comunidad inmigrante en este país.
Ya hemos visto en otras ocasiones cómo el acoso de las huestes envalentonadas del régimen contra los inmigrantes no tiene límite, ya sean agentes de migración o simples seguidores del actual ocupante de la Casa Blanca. En los centros comerciales, en las cortes, en los hospitales, en las escuelas, en los aeropuertos, en la calle… prácticamente en todas partes ese acoso se respira como un miasma.
De hecho, la tierra de “salvación” que promovía el país está quedando solo como el remanente de un discurso envejecido en apenas unos cuantos meses de la actual gestión gubernamental.
En fin, la vuelta de tuerca que está por producirse en la sociedad estadounidense con estos y muchos más ejemplos de acoso contra las minorías, especialmente la inmigrante, determinará el rumbo del país, el tipo de nación que en verdad quiere ser Estados Unidos, dividido literalmente en dos segmentos sociales contrapuestos: por una parte, la supremacía que defiende el color del odio; por otra, la amalgama sociocultural que ha solidificado la pluralidad del país.
Esa dicotomía es la barra de equilibrio en la que se balancea la experiencia de ser inmigrante aquí. Este país no puede –no debe– retirar la red de salvación, sino a riesgo de hacer colapsar su propia historia.