30/08/10 a 10:52am por Maribel Hastings
Por Maribel Hastings
WASHINGTON – El asesinato de 72 migrantes centro y sudamericanos en México a manos de la organización criminal Los Zetas es claro recordatorio del infierno al que se arriesgan quienes hacen la travesía a través del vecino del sur para llegar a la tierra prometida buscando una mejor vida.
Al desnudo quedan la miseria y la necesidad que orillan a millones a abandonar países de origen en busca del sustento básico; la incapacidad de los gobiernos que sumidos en estériles luchas internas o en pantanos de corrupción no generan las condiciones que pudieran evitar que sus ciudadanos opten por arriesgar la vida en el cruce; la maldad sin límites de los traficantes de personas, de drogas o de ambos que han hecho de esa miseria humana un negocio lucrativo; la impunidad con la que operan; la complicidad por inacción de las autoridades; la hipocresía y el cinismo de quienes alimentan la violencia consumiendo o traficando drogas, proveyendo armas, lavando dinero, y de quienes se benefician de esa mano de obra cuando hay vacas gordas y la rechazan cuando hay vacas flacas; la falta de un sistema que regule el ingreso legal de trabajadores o la reunificación familiar sin que haya que jugarse la vida.
El único sobreviviente de la masacre, un joven ecuatoriano de 18 años de edad, quería reunirse con sus padres aquí en Estados Unidos y ayudarlos a pagar la deuda que todavía tienen con el coyote que los cruzó. El joven también se endeudó con una red de coyotes para poder hacer la travesía. Rechazó la visa humanitaria que le ofreció México.
Los diplomáticos de los países de origen de los migrantes identificaron cadáveres y ofrecieron asistencia a los familiares. El gobierno de México prometió acciones. Estados Unidos ofreció ayuda.
Uno se pregunta dónde están los altos funcionarios antes de las tragedias; por qué se requiere una masacre para mostrar “interés” por connacionales o vecinos que en gran medida sostienen a estas economías mediante el envío de remesas.
Uno sabe que miles más han muerto en similares circunstancias sin que se reporte o importe. Que miles más les seguirán.
La masacre de Tamaulipas deja al desnudo la vulnerabilidad de los “invisibles”. También plantea las responsabilidades y las culpas compartida s, aunque los protagonistas del último acto sean las víctimas y los sicarios verdugos que ni siquiera merecen ser catalogados de “bestias”, como los describió el presidente mexicano Felipe Calderón.
El Departamento de Estado aseguró: “reconocemos los riesgos que corren aquellos que hacen este tipo de migraciones, ya sea por la amenaza de violencia de esos cárteles o el abrasador calor, y es una de las razones por la que nosotros, Estados Unidos, comprendemos totalmente que parte de la solución a esto es una reforma migratoria integral”.
El secretario general de la Organización de Estados Americanos (OEA), José Miguel Insulza, afirmó que espera que “todos los gobiernos de la región trabajen juntos en la búsqueda de formulas que permitan enfrentar coordinadamente la acción nefasta del crimen trasnacional”.
Y el portavoz gubernamental mexicano en materia de seguridad, Alejandro Poiré, anunció que la Procuraduría General de la República pondrá “a los responsables en manos de la Justicia” y que el gobierno mexicano seguirá combatiendo el crimen organizado para evitar “que se vuelvan a repetir episodios tan lamentables”.
Si tan solo todo fuera cierto.
Maribel Hastings es asesora ejecutiva y analista de America’s Voice