FLORENCE, Alabama – Pedro y su esposa, indocumentados, decidieron llenar su camioneta con sus pertenencias y partir con su hijo para Arizona, que con su SB 1070 se les hizo mejor que Alabama con su HB 56.
En un conglomerado de pequeñas viviendas en la ciudad de Florence, a unas dos horas de Birmingham, familiares y amigos los despidieron mientras empacaban y revisaban los frenos del vehículo porque el viaje era largo.
Pedro llevaba siete años en Alabama. “Si no hubiera ley yo aquí me quedaba, pero tengo un hermano allá que dice que todo está tranquilo y hay mucho trabajo”, indicó el obrero de construcción, oriundo del estado de Guerrero, México.
La vida en Alabama es imposible, dijo, y no confía en que los procesos legales para bloquear la ley prosperen. Y aunque así fuera, el ambiente es demasiado hostil para la comunidad inmigrante, agregó.
“No puede uno manejar; no puede uno salir porque ya uno ve un policía y le da miedo”, indicó Pedro.
La estrategia del desgaste mediante leyes draconianas como la HB 56 es precisamente el objetivo de quienes las han escrito y promovido.
La historia de Pedro se hizo eco en las de otros inmigrantes. Unos ponderan si seguir sus pasos o enfrentar el temporal a ver si algo cambia. El mosaico de situaciones refleja cómo leyes como la HB 56 afectan a todos, sean o no indocumentados.
Habían indocumentados con hijos ciudadanos estadounidenses; indocumentados con hijos indocumentados, algunos de ellos traídos a Alabama de niños, como Lizbeth, sobrina de Pedro, una joven Soñadora de 19 años de edad que fue traída a los dos meses de nacida. Se casó con otro joven indocumentado y tienen una bebita. Había una pareja conformada por una joven estadounidense y oriunda de Alabama, Katie, y su pareja, Freddy, indocumentado que llegó a Estados Unidos cuando tenía once años. Tienen tres niños ciudadanos y uno en camino. Y así sucesivamente.
El que menos tiene viviendo en Alabama lleva cinco años. Otros llevan 10, 11, 13, 16, 20 años en este estado. Algunos viven alquilados, otros tienen casa propia.
Todos trabajan aunque hacerlo es un reto: en hoteles, en limpieza de oficinas y tiendas, en plantas procesadoras de alimentos, en campos agrícolas, en la construcción.
Sin licencia de manejar, sin papeles y con la HB 56 conducir al trabajo es una ruleta rusa. “Uno se la está jugando y sale a trabajar sólo porque es su responsabilidad hacerlo. Por mi señora y mi nena porque los Pampers no se compran solos”, indicó el esposo de Lizbeth, que trabaja en un aserradero.
“Todas las mañanas tengo que salir pensando que dejo mi nena dormida y que puede ser la última vez que pueda verla”, declaró.
La hermana de Pedro ejemplifica el temor de realizar labores básicas como comprar comida o ir al doctor.
“Ayer tenía como cuatro semanas de no ir a la tienda. Mis niños sólo estaban comiendo corn flakes, fruta…por mi temor de salir…Antier tenía a los niños bien malos de la gripa pero no los pude llevar al pediatra por temor de salir”, señaló.
Lizbeth indicó que “si es mi turno de que me saquen, pues es mi turno”. “Trabajo todo el día limpiando tiendas con mi mamá. Soy la que maneja. Dejo a mi niña con mi tía y sólo pensar que me arresten y que no pueda volver a verla me rompe el corazón. Esta ley está separando a muchas familias. No estamos aquí para hacerle daño a nadie. Necesitamos que nos ayuden y que quiten esta ley porque no está haciendo nada bueno por Alabama, está dañando la economía”, indicó Lizbeth.
Katie, la estadounidense, opinó que la ley es racista. Si los inmigrantes están trabajando, “déjalos trabajar y cuidar a su familia, no les cierren la puerta”. Sobre los políticos que promueven la ley dijo: “qué malos son ustedes, los hispanos sí ayudan mucho aquí en Alabama”. “Y tengo un mensaje para Obama. Por favor, ayude a los hispanos. Ellos lo ayudaron a usted”.
El esposo de Lizbeth señaló que “si el gobernador dice que firmó la ley para abrir trabajos para los americanos que pueden cubrir los trabajos que hacen los inmigrantes, ¿por qué se vio ese bajón tan rápido en la economía? Ha habido escasez de personal en todos lados y no hay quien vaya a comprar a las tiendas porque la gente se está yendo de aquí”, agregó.
Trabaja en los aserraderos de cinco de la mañana a cinco de la tarde por $7.25 la hora. “Cuántos hispanos no hay que han perdido dedos, manos. También trabajé colocando techos, roofing, en casas que a veces son de dos y tres niveles. Es peligroso y en el verano cuando esos shingles se calientan es bien difícil. Si los americanos pueden cubrir los trabajos que hacemos, ¿por qué ninguno llega a cubrir esos puestos que han dejado en las polleras y en los sembradíos?”, preguntó.
El periodista Gabriel Thompson escribió el libro Trabajando en las Sombras: Un año desempeñando los trabajos que (la mayor parte de) los estadounidenses no quieren, donde narra su experiencia de realizar duras labores que los inmigrantes desempeñan por escasa remuneración y bajo precarias condiciones.
Trabajó en una procesadora de pollos en Russellville, Alabama, cercana a Florence. En un reciente artículo en ColorLines sobre la HB 56 y cómo la inmigración benefició a Russellville, escribió que “cuando me establecí en Russellville en el 2008, me dí cuenta de que como ciudadano era increíblemente sencillo “robarme” el trabajo de vuelta…Pero pronto entendí que lo difícil no era obtener el trabajo sino mantenerlo. En un solo turno podían pedirme dividir más de 7,000 pechugas de pollo a mano y cargar y colocar 30 toneladas de carne en una línea de ensamblaje”.
Thompson escribió cómo la inmigración ayudó a Russellville en diversos frentes, incluyendo el estímulo económico como consumidores y comerciantes y lo mismo podría decirse de otras partes del estado.
Como me dijo un joven mexicano en la ciudad de Bessemer, “ya ahorré para montar un negocio pero aquí no nos quieren”.
Y Pedro, uno de esos inmigrantes que como trabajador y consumidor estaba ayudando a Alabama ya está de camino a otro estado.