15/09/09 a 10:23pm por Miguel Molina
Diario de un reportero
Cirila Baltazar Cruz habla cha’tnio, en alguna de sus variantes cha’cña o tasa’jnya, aunque ninguna sirve de mucho en ninguna otra parte del mundo que no sea Oaxaca.
En Oaxaca (es decir en lugares como Santiago Yaitepec, como Zezontepec, como Tlataltepec de Valdez o Nopala) viven las últimas cuarenta mil personas que hablan el dialecto de Cirila.
Cada vez son menos porque se van muriendo o porque se van a Estados Unidos en busca de mejor vida, como todos los que han llegado desde que nació el país.
Otro oaxaqueño me explicó hace años por qué había ido a Estados Unidos, por qué vivía bajo una lona en el monte y dormía en un colchón que lentamente se pudría frente a una fogata, no muy lejos de un monte de latas vacías. -Acá puedo mandar cien dólares a mi casa cada dos semanas- me dijo muy serio en un español cargado de acentos indígenas, y clavó la mirada en el suelo.
Pero Cirila – quien llegó a principios de siglo a Pascagoula, una ciudad de Mississippi en que vivieron el pirata Jean Lafitte y William Faulkner, y donde el mito cuenta que extraterrestres secuestraron a dos pescadores hace treintaitantos años- no habla español ni inglés.
Uno quiere pensar que llegó como muchos oaxaqueños, con el cuidado de la comunidad que guardaba sus pasos desde que empezó el viaje de más de mil seiscientos kilómetros hasta el día que cruzó la frontera y vio las casas de Pascagoula, y que no tuvo que hablar con nadie o con casi nadie durante el trayecto.
Lo que siguió, lo que sigue, fue y será una pesadilla para Cirila, como ha sido para muchos que se fueron a Estados Unidos en busca de una vida mejor. Cirila -una entre mil quinientos hispanos que viven en la ciudad de treinta mil habitantes- era mesera de un restaurante chino cuando quedó embarazada. Y entonces perdió todo.
Primero perdió a su hija Rubí.
El Departamento de Servicios Humanos de Mississippi determinó que la niña corría peligro porque la mamá no habla inglés y no podría llamar a una ambulancia ni decir qué tenía si se enfermaba, pero sobre todo porque entró al país sin documentos.
Las autoridades también señalan que -aunque quisiera- Cirila no podría mantener a Rubí porque no tiene una forma legal de subsistencia.
Al parecer perdió el trabajo en el momento en que la detuvieron, y no hay patrón que defienda a empleados que no tienen documentos.
Rubí, que es ciudadana estadounidense, fue entregada en custodia a una pareja. Pero además de ver cómo se llevaban a su hija, Cirila podría perder su litigio con las autoridades de migración y verse obligada a volver a México sin su hija, sin el producto de su esfuerzo y sin esperanza.
Tim Padgett y Dolly Mascareñas escribieron en Time una detallada historia de lo que le ha pasado y le pasa a esta mujer en uno de los países más desarrollados del mundo.
Uno piensa que muchos estadounidenses expresarían indignación y molestia si esta historia pasara en otra parte del mundo.
Uno sabe que una reforma migratoria no sólo serviría para que Cirila recuperara a Rubí, sino que además pondría en claro que Cirila sigue siendo una persona -aunque no tenga documentos ni permisos- en la tierra de los libres y el hogar de los valientes.
Pero uno ha visto muchas cosas, ha oído muchas cosas, ha estado cerca de muchos políticos con poder y sin él, y teme que reunir a una madre con su hija será tan difícil como admitir que todas las personas son iguales y tienen derecho a la vida, a la libertad y a la búsqueda de la felicidad.