23/09/09 a 2:13pm por Maribel Hastings
Walter, Herta, Alonso. Son algunos nombres que han cruzado nuestra vista y nuestros corazones en las redes sociales que se han dado a la tarea de ponerle rostro a esos nombres, de humanizarlos en las diversas peticiones que han buscado frenar, a veces con éxito a veces sin él, una deportación que separa familias, interrumpe sueños y priva a este país de su mejor talento y de un mejor y brillante futuro.
La situación de los jóvenes sin documentos es una de las que más deja en evidencia la falta de sentido común de nuestro maltrecho sistema migratorio.
En este caso, se trata de jóvenes que fueron traídos por sus padres a este país, que no vinieron por iniciativa propia; que el único país que pueden llamar hogar es éste. Jóvenes emprendedores, con deseos de educarse, trabajar, y progresar y en el proceso, contribuir al bienestar de Estados Unidos y a su competitividad a nivel mundial.
Son ejemplo vivo de lo que se supone sea el llamado Sueño Americano, pero anualmente 65,000 de estos jóvenes sin documentos se gradúan de las escuelas secundarias de Estados Unidos y para ellos lo que sigue es una pesadilla por encontrarse en un limbo legal.
Se trata de una situación irónica y contradictoria. En momentos en que Estados Unidos enfrenta una crisis de deserción escolar, cuenta con jóvenes ávidos de dar lo mejor de sí, pero su situación migratoria se interpone. Cuando se habla de la necesidad de ser más competitivo a nivel mundial, cuando este país tiene que importar talento de otras naciones en diversos sectores laborales especializados porque asegura que aquí no lo encuentra, tiene una cantera de talento entre sus manos y en lugar de alentarlo, opta por deportarlo.
Cada petición que ha tenido éxito en retrasar alguna deportación es un abierto reconocimiento por parte del gobierno de que la situación actual no tiene sentido, de que el argumento en contra de estos jóvenes se sostiene sobre arena.
Aunque el proyecto de ley Dream Act, que se volvió a presentar en esta sesión legislativa, tiene apoyo bipartidista, no ha progresado, hasta ahora, porque un sector simplemente se opone aferrándose a su ceguera de que se estaría premiando a personas que están aquí ilegalmente, aunque en este caso los hayan traído otros. Otros quizá no abogan por la medida con la fuerza que deberían hacerlo porque consideran que debe ser parte de una reforma migratoria amplia que legalice además a otros sectores indocumentados.
Lo que me queda claro es que son los propios jóvenes los que han llevado el peso de su lucha con impresionante aplomo. Y al hacerlo se han convertido también en voceros efectivos de millones de indocumentados que aguardan por una resolución justa y humana a tanta incertidumbre.
Su lucha también ha sido una lección lo que puede avanzarse cuando se dejan de lado las diferencias centrándose en un objetivo claro.
Ciertamente cada retraso en la deportación de un soñador es un peldaño que se sube. Pero sabemos también que son soluciones temporales. Un retraso de un año o de meses no quita el peso de la incertidumbre.
Pero mi apuesta es a favor de los soñadores quienes a pulso han tenido triunfos y son los que están impulsando la lucha para que de una vez y por todas triunfe el sentido común en nuestra política migratoria.