Más allá del caprichoso denuedo con el que Donald Trump intenta eliminar de tajo la presencia y múltiples aportaciones de las comunidades que le disgustan, subyace en su retórica antiinmigrante el germen de una antipatía neofascista donde no cabe nada que no se parezca a él ni a los suyos.
Eso lo demuestra su nuevo frente de batalla: la ex Miss Universo, Alicia Machado. Su manera de enfocarse en el aspecto físico de una mujer tan sólo porque subió de peso y burlarse de ella habla mucho de la bajeza moral de alguien que pretende inmerecidamente llegar a la Casa Blanca.
Según Machado, la llamó “Miss Cerdita” tras subir de peso luego de ganar el concurso de belleza referido hace dos décadas. Exhibirla en aquel gimnasio repleto de reporteros y fotógrafos va más allá de una patética crueldad para una joven que apenas tenía 19 años y no entendía bien a bien el terreno que estaba pisando.
Haberle llamado además “Miss Señorita Empleada de la Limpieza” tan sólo por su origen latinoamericano, también lo exhibe como un ser que funda sus opiniones solamente en estereotipos, como si además no hubiese dignidad en una actividad tan dura como la que el magnate ironiza, pero de la cual se ha servido como inversionista inmobiliario.
Toda proporción guardada, esta historia, como la de la mayoría de los inmigrantes, se está pareciendo a la del cuento de Lewis Carroll, “Alicia en el país de las maravillas”; sólo que en este caso, los que han decidido dejarlo todo en sus países de origen llegan a esta nación impulsados por el encantamiento de un “mejor futuro”, topándose las más de las veces con un “coyote” en lugar de un conejo; un vendedor de todo lo posible, en lugar de un Sombrerero Loco; o un agente de ICE en lugar de Humpty Dumpty trepado en la famosa barda.
Pero más en el fondo ha emergido de manera siniestra la figura de un Donald Trump, transmutación fiel de La Reina de Corazones, ese personaje de Carroll que, con una actitud de enfado todo el tiempo, llena de “furia ciega” –como la definió el mismo escritor inglés–, condena a la “decapitación” a quien se atreva a interponerse en su camino o a ofenderla con su sola presencia, resolviendo de ese modo todos sus problemas.
¿Y así intenta Trump hacer de Estados Unidos “grandioso otra vez”, a su imagen y semejanza? ¿Presumiendo que ha hecho billones de maravillosos dólares y creado bonitos y múltiples empleos, evadiendo impuestos como un “genio” de la mentira fiscal, mientras millones de contribuyentes, entre los que se cuentan los inmigrantes indocumentados, tienen que pagar su parte obligatoriamente porque saben desde el primer día que vivir en este país no es gratis?
Eso lo ha demostrado con creces y no lo ha querido ni podido ocultar –ni él ni quienes intentan defenderlo y justificarlo en la arena pública–, además de que esa actitud es ya una marca registrada asociada a su apellido y, a la vez, representa una imagen indeleble que lo va a perseguir por el resto de sus días, a él y a su “linaje”.
Ya sabemos que eso no le preocupa ni le importa; para eso es Trump-Reina de Corazones, una anacrónica reinvención de personajes dictatoriales –con delirios de grandeza y pequeñez intelectual– que no le han hecho ningún bien a la historia del mundo ni específicamente a la historia de la defensa de los derechos humanos.
De hecho, va a contracorriente de lo que se ha logrado en ese ámbito. Y lo disfruta. Tanto como, en su momento, seguramente lo disfrutaron Hitler, Mussolini, Franco, Stalin, Hiro Hito… cuando aún eran nadie, o tan sólo una amenaza poco creíble.
Por fortuna, y esa es la parte buena del paralelismo literario con el cuento de Carroll, el inmigrante de vez en cuando se encuentra con otros inmigrantes que, como el amigo involuntario que es el Gato de Cheshire, que aparece y desaparece a voluntad, dejando siempre su sonrisa colgada de la nada, sabe que ha llegado a una tierra muy complicada, como lo sabe Machado, como lo sabe el lector, como lo sabe todo inmigrante.
Sin embargo, y aunque metafóricamente el Gato de Cheshire le dice a Alicia que “aquí todos estamos locos, yo estoy loco, tú estás loca”, en la subsiguiente pregunta de ella radica la esencia de todas nuestras inquietudes migratorias: “¿Cómo sabes que yo estoy loca?”, para recibir la respuesta más contundentemente lógica: “Tienes que estarlo, o no habrías venido aquí”.
Metáforas aparte, Machado en el país de las maravillas de Trump es un cuento que se cuece aparte, pero con un ingrediente que no toman en cuenta los antiinmigrantes y, en general, el ámbito más racista que ha despertado Trump con su retórica. Dice el sabio Gato de Cheshire: “Siempre se llega a alguna parte si se camina lo bastante”.
Y los inmigrantes, parafraseando al poeta, han andado muchos caminos. Y los que faltan.