Mientras Florida y otros cuatro estados se aprestan este martes a llevar a cabo primarias que siguen definiendo el panorama electoral de ambos partidos, el caos que generó el pasado viernes un cancelado rally de Donald Trump en Chicago, Illinois, uno de los estados que vota este martes, plasmó la polarización que ha generado la retórica del precandidato en el presente ciclo electoral.
Todo efecto tiene su causa. A lo largo de su campaña, Trump ha pasado de los insultos y de la retórica contra todo tipo de sectores y minorías, a usar lenguaje incendiario que puede tener un peligroso efecto sobre ese sector más radical que le sigue y que puede sentirse envalentonado para llevar a cabo acciones que pueden tener serias consecuencias.
En varias ocasiones Trump, refiriéndose a manifestantes que protestan en su contra, ha dicho que quisiera darles un puñetazo. Pues bien, uno de sus seguidores, nada menos que de 78 años de edad, hizo eso mismo, propinarle un puñetazo a un manifestante afroamericano cuando era removido de un evento de Trump en Carolina del Norte. Y el anciano fue más allá al decir que la próxima vez quizá habría que matar al afroamericano, pues quizá está vinculado con alguna “organización terrorista”.
El viernes, la campaña de Trump canceló un acto de campaña en la Universidad de Illinois en Chicago, luego de que manifestantes contra el precandidato se enfrentaran a sus seguidores generando una tensa situación con el potencial de culminar en tragedia.
De inmediato se suscitó un debate entre analistas sobre si es justo decir que Trump es responsable por el conato de violencia en Chicago o por lo que se ha suscitado en otros estados.
Vivimos en una democracia donde tenemos derecho a manifestarnos a favor o en contra de asuntos o de candidatos.
Pero en pleno Siglo 21, con el dominio de las diversas plataformas sociales y de noticias las 24 horas del día, los políticos y líderes deben actuar como tal. Es ingenuo pensar que la retórica incendiaria no tiene el potencial de tener consecuencias lamentables.
En la campaña del 2008, cuando un afroamericano, Barack Obama, buscó y ganó la presidencia, los rallies de la entonces candidata republicana a la vicepresidencia, Sarah Palin, quien por cierto apoya a Trump, se llenaban de votantes anglosajones rabiosos que proferían insultos raciales de todo tipo contra Obama.
La diferencia es que el candidato presidencial republicano en 2008 fue John McCain, quien evidenció decencia y liderazgo cuando en un evento una de las asistentes dijo que le temía a Obama por ser “árabe” y McCain la corrigió diciendo: “No. (Obama) es un hombre decente, un hombre de familia con el que tengo desacuerdos”.
Pero ese no es Trump, quien ahora se define como un “unificador” tras haber insultado a todos los sectores posibles, haberse enfrentado a periodistas, como cuando botó al presentador de Univisión, Jorge Ramos, de una rueda de prensa, y mientras el periodista esperaba afuera del salón, un seguidor de Trump le dijo a Ramos, que es ciudadano estadounidense, “regrésate a tu país”.
La retórica sí puede tener consecuencias lamentables, pues nunca se sabe el efecto que puede tener sobre ciertas personas. No hay que olvidar que Trump está apelando a un sector anglosajón que, por diversas razones, está lleno de rabia, ya sea por motivos económicos, temor a los cambios demográficos o racismo.
Pero lo que vimos en televisión nacional el viernes fue un momento triste en el presente proceso electoral con personas expresando sus diferencias a punta de insultos y empujones.
Y me parece que es una vergüenza, sobre todo para el Partido Republicano, tener como puntero a una figura divisiva como Trump, que dice que “no quiere ver a nadie lastimado” pero se ha dedicado por los pasados meses a incitar a ciertos sectores con su retórica incendiaria.
Más aún, Trump se deslindó de toda responsabilidad y dijo que lo ocurrido es reflejo de que “tenemos un país dividido”.
Un país dividido que su demagogia promete empeorar.
Maribel Hastings es asesora ejecutiva de America’s Voice.