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La psicología de ser indocumentado

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Cuando se habla de los Soñadores, jóvenes que luchan por la reforma migratoria, típicamente se habla de su confianza, energía y de su extraordinaria capacidad para seguir sus sueños.

Pero casi nunca se habla de los procesos psicológicos internos que muchas veces se esconden tras sus gritos de protesta y la imagen agradable que muestran ante las cámaras.

He sido parte del movimiento de los Soñadores por dos años y he visto cómo muchos sufrimos de una serie de complejos efectos psicológicos por ser indocumentados, por estar separados de nuestras familias, y por luchar contra sentimientos antiinmigrantes.

Muchas veces cuando les explico a amigos o desconocidos de mi situación migratoria casi siempre dicen que “todo estará bien”. Sé que esta frase tiene buenas intenciones y sirve para darme algo de motivación, pero casi siempre es seguida por un sentido de soledad: nadie me entiende, tengo que poner una cara feliz y seguir adelante.

Gracias a mi mamá y a la cultura de varias familias inmigrantes, he aprendido que nada se gana sin lucha, trabajo duro y más que todo, sin paciencia.

Esa paciencia es la que me ha ayudado durante todo este tiempo sin estatus legal, pero es también lo que se me ha hecho más difícil de mantener. Cuando vencen el pánico y la frustración, me invaden sentimientos de depresión y ansiedad que gritan “no tienes control de tu vida y nunca serás una adulta completa”.

Durante este último año de mi vida en Nueva York,  en la Universidad de Columbia, donde curso mi maestría en consejería de salud mental para ser terapeuta, les conté a todos de mi estatus migratorio.

El primer día de clases me presenté al primer desconocido y le dije: “Soy Mariella. También soy indocumentada”. Después empecé a contar mi historia a todos mis compañeros de clase, profesores y la administración. Ayudé a organizar eventos que trataban el tema del DREAM Act. Me entrevisté con aproximadamente 10 empleadores sabiendo que probablemente no podría tomar la oferta de trabajo. Por un semestre no paré. Hasta que llegué al punto que ya no podía más. No porque me faltaba la energía sino porque no me estaba fijando en lo que me estaba sucediendo adentro.

Como estudiante de consejería, me han enseñado a reflejar y ser consciente de mis sentimientos. Pero como pasa con frecuencia con los estudiantes de psicología, no quería reconocer lo que me estaba ocurriendo por dentro. No quería contarle a nadie que tenía ataques de llanto, pánico, depresión y varios momentos cuando quería rendirme e irme a casa a Miami sin importar que no me esperara ninguna oportunidad profesional o académica.

No sentía que podía contarle a mis amigos más cercanos lo que estaba sufriendo. Mis amigos ciudadanos no entenderían, pensé, y mis amigos Soñadores no querrían escuchar mis quejas cuando ellos tienen los mismos sufrimientos -o peores. Estaba en una posición de privilegio como estudiante de posgrado y considerarme una víctima nunca ha sido mi especialidad. Callé y reprimí mis sentimientos.

El anuncio del presidente Obama de suspender las deportaciones de estudiantes indocumentados y concederles un permiso de trabajo ha cambiado ciertas cosas.

Ahora podré trabajar. No temo a la deportación. Me ha dado un poco de esperanza, hay una barrera menos. Siempre asoma el escepticismo porque en realidad muchos Soñadores, por su edad, no pueden beneficiarse del alivio.

Me pregunto, ahora que Obama hizo este anuncio,  ¿debería sentirme mejor? Es cierto que la carga que tenía sobre los hombros es menos pesada, pero hay tantas dudas. Siento un poco de indiferencia. Es como si mi cuerpo, mente y sentimientos estaban  tan acostumbrados a estar en el piso — listos para recogerse y seguir luchando — pero siempre con el fin de que mi vida era limitada.  Es hora de celebración. Pero algo en mí dice “todavía no”. He visto demasiadas lágrimas en mis compañeros para poder aceptar las buenas noticias tan fácilmente. Estoy feliz, no hay ninguna duda, pero también estoy cautelosa.

Me hago otra pregunta: ¿por qué sigo sintiéndome triste? ¿Es otra cosa aparte de mi estatus migratorio lo que me causaba ansiedad? La respuesta es sí. Mi familia aún vive en las mismas condiciones. Nada ha cambiado para ellos. Sé que hay otras circunstancias que contribuyen a mis momentos de depresión.

Muchas veces pienso en Joaquin Luna, el Soñador de Texas que se suicidó porque perdió la esperanza de cumplir su sueño de ser ingeniero civil. ¿Cómo se habría sentido al escuchar esta noticia de Obama?

Es por eso que estudio psicología: para entender mejor de dónde vienen estos sentimientos y pensamientos.

Y es por eso que seguiré luchando con mis amigos y héroes, los Soñadores, porque la lucha no termina aquí. Porque los años de expectativa nos recuerdan lo difícil que es lograr cambios.

Nuestra voz tiene que ser aún más fuerte.

Mariella Saavedra, Soñadora  y estudiante de psicología, colaborará este verano con America’s Voice Education Fund como parte del programa DREAM Summer

Contact: msaavedra@americasvoiceonline.org