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De aquí y de allá…

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Los vaivenes del destino -si es que existe el destino, como dice un amigo-, me llevaron del San Juan que yo amé pedacito de patria, a California a buscar ángeles que siempre me esquivaron, y finalmente a la llamada “capital del mundo, libre”, Washington, DC,  donde los ángeles no existen o yo no los conozco o reconozco.

Aquí, a Washington DC, llegué con Bill Clinton, suelo decir, pero ya pasé por W., estoy con Obama y ya veremos lo que decidirá la vida, la suerte o lo que sea.

Hace unos días estuve en Puerto Rico y en un recorrido por el Viejo San Juan me cuestioné cómo en casi un cuarto de siglo que llevo viviendo en Estados Unidos nunca he logrado sentirme totalmente en casa, adaptada, asimilada, agringada, o también lo que sea.

En mi paso por estas tierras siempre he estado así, de paso, pensando que ya mismo me voy, con las cajas y las maletas listas literal o mentalmente así hayan pasado 24 años desde que llegué a Los Ángeles, California, según yo “por un ratito”.

Y no es que sea desagradecida. Al contrario. Aquí he tenido trabajo, amor, desamor, alegría, dolor, amistad. Aquí he pasado casi la mitad de mi vida. Le he dado gracias a Dios por haber vivido en esta democracia, por participar del sistema, por toparme con gente admirable y por  todas las experiencias y las oportunidades que he tenido.

Es un lugar que quiero, como se quiere a un amigo, con todos sus defectos y sus virtudes. Reconozco los primeros, y soy la primera en admirar las segundas.

Creo que eso me ha permitido entender la experiencia inmigrante desde mi perspectiva de ciudadana por nacimiento. No crucé ninguna frontera ni ingresé con visa, no he tenido que doblarme el lomo recogiendo frutas, limpiando edificios, no he padecido vejámenes aunque sí ciertos niveles de discriminación velada de algunos sectores. Pero puedo entender por qué la gente hace lo que sea con tal de llegar aquí, puedo entender que sin perder tu esencia ni serle infiel a tu patria, puedes querer a tu hogar adoptivo, quieres darle lo mejor de tí y quisieras que el resto así lo entendiera. Que a pesar de tu idioma, de tu acento y de tus rasgos, día a día das lo mejor de tí, trabajas duro y con eso contribuyes al bienestar de todos en esta gran nación.

Lo curioso es que estando en San Juan en más de una ocasión meseros o dependientes de tiendas me hablaron inglés. Parece turista, me dijo uno. ¿De qué país nos visita?, espetó otro.

Tras el pánico inicial de pensar que he esperado demasiado y que me arriesgo a ser extranjera en mi propia tierra, traté de verlo todo por el lado amable.

Soy de aquí y soy de allá…

Maribel Hastings es asesora ejecutiva y analista de America’s Voice