tags: Análisis

¿Y quién impone el “riguroso escrutinio” al racismo?

Compartir este:

El racista odia. El racista rechaza al Otro sin pensar. El racista no respeta principio alguno más que el que le indica su propia ley: el prejuicio. El racista se encierra en su propio color: la ignorancia. El racista atenta contra sí mismo al odiar a los demás.

El racista aún cree anacrónicamente en la “superioridad”, que es, a su vez, prueba inequívoca de su propia inferioridad moral. El racista quiere seguir dividiendo en colores su visión del mundo, a pesar de que el mundo le prueba día con día que esa forma de interpretar la realidad ya no funciona en esta etapa de la historia humana, tan diversa.

El racista señala en otros las culpas que él mismo comete y no acepta.

El racista propaga el alarmismo ante un “enemigo” que tiene precisamente frente a su propio espejo. El racista emplea la mentira como materia prima de su discurso. El racista piensa que su “verdad” es la única y está convencido de que debe imponerla, incluso con violencia. El racista justifica el ataque de sus huestes contra quienes considera “minorías” o “gente de color”.

El racista dice amar a su patria, a pesar de que su patología atente contra los principios constitucionales. El racista no cree en las libertades para todos, salvo las que considera consagradas únicamente para sí mismo.

El racista no revoluciona una sociedad, sino que la involuciona y la confunde. El racista atropella con insultos el buen entendimiento entre las sociedades. El racista es incapaz de ser capaz.

El racista acapara fácilmente la atención de sus iguales. El racista se exhibe tal y como es de cuerpo entero.

El racista –como el alcohólico que no acepta que padece de alcoholismo– tampoco acepta que padece de racismo.

El racista día con día inventa sobre las rodillas sus propios escenarios de terror, infundiendo de ese modo miedo y pánico en quien sigue hipnotizado en su discurso.

El racista se ríe del sufrimiento del más débil, y en cada carcajada quisiera verlo hundido en la ignominia.

El racista pone pruebas sin haberlas superado plenamente.

¿Quién, entonces, impondrá el “riguroso escrutinio” al racista para ver si su puntaje lo hace digno de ser parte de esta Historia en que se encuentra el presente y el futuro de un país que para tantos es hogar, es refugio y es la Vida?