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La bienvenida en español de Tim Kaine

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Si Cervantes hubiese imaginado que aquel idioma con el que acuñaba paso a paso, pacientemente, su gran obra Don Quijote iba no solo a transformarse a lo largo de los siglos, sino incluso a sonar como un eco de su cabalgadura lingüística en una futura contienda electoral, tal vez de buena gana también habría esbozado otra faceta del ingenioso hidalgo enfundado quizá en una armadura de inmigrante. Imaginación no le faltaba.

“Bienvenidos a todos”.

Con esas tres simples pero al mismo tiempo significativas palabras en español en su discurso de presentación en Florida, Tim Kaine –el seleccionado por Hillary Clinton como candidato demócrata a la vicepresidencia en su intención de ganar la Casa Blanca en noviembre– ancló de una vez y para siempre su nombre al de una comunidad tan humillada en los últimos meses por la retórica antiinmigrante, antihispana, del extremismo más recalcitrante de este país.

El exmisionero católico en Honduras y exgobernador de Virginia dio un paso gigantesco en su papel como candidato vicepresidencial al mostrar no solo sus credenciales lingüísticas en español, sino en ubicar políticamente a una comunidad hispana que, aunque ninguneada y vilipendiada por la retórica nativista desde 2015, se ha ganado a pulso el derecho de ser parte del tejido social de Estados Unidos a lo largo de ya tantas décadas: con su trabajo, con su esfuerzo, con el pago de sus impuestos, con su aportación cultural, culinaria, histórica, militar, demográfica y una larga lista de etcéteras.

Reconoce Kaine con esas tres palabras iniciales que pronunció –y cómo las dijo—que los hispanohablantes de este país sí importan. Que importa el hecho irrefutable de que viven aquí más de 55 millones de hispanos, que equivalen al 17.4% de la población total de Estados Unidos, según la Oficina del Censo; que importa también el hecho de que actualmente hablan español en casa más de 39 millones de esos hispanos; y que cada vez son más los que se comunican en la lengua de Cervantes, ya sea por herencia familiar o por efecto de la inmigración, tomando en cuenta que en el año 2000 solo se contabilizaban unos 28 millones de hispanoparlantes. Una gran diferencia de 11 millones de seres humanos en apenas un poco más de una década.

Dirigirse en español a ese gran número de pobladores tiene obviamente un significado político-electoral, pero al incluirlos en la contienda, Kaine los incluye al mismo tiempo en un proyecto de nación en el que no se les sataniza ni se les mantiene en las sombras como pretende la otra parte, que con su alarmismo y fanatismo ha azuzado a un sector de la población en su mayoría blanca a respaldar una absurda expulsión demográfica, con una Fuerza de Deportación de por medio.

No pocos angloparlantes viven atemorizados por esta realidad idiomática, como si hablar más de una lengua hiciera daño a una sociedad, cuando en realidad la enriquece. Nadie ha venido a robarles un idioma para imponer otro. Nadie intenta ponerlos en evidencia ante su pánico hacia el Otro, su cultura y su forma de hablar. Nadie quiere hacer lo mismo que otros hicieron con las lenguas indígenas e incluso con el idioma español que ya se hablaba en esta tierra. No. Lo que se pretende es que entiendan una realidad migratoria indetenible, como indetenible es la historia humana.

Es curioso que no se hayan dado cuenta de que esos 22 países que forjan día a día el idioma español en el mundo –y que en buena medida tienen su representación migratoria en Estados Unidos por diversas razones—expanden sin duda una lengua viva y vibrante, que más que ser una amenaza es una aportación en cualquier sentido que se le quiera analizar: el que unas 550 millones de personas hablen español en el mundo dice mucho.

Eso tal vez lo ha entendido Kaine y otros que ven en el idioma español un arma cultural, además de política. “Bienvenidos a todos”: y resuenan esas tres palabras incluso como un acto de imploración en la amalgama de culturas que constituyen esta nación, una nación donde el 60% de sus alumnos elige estudiar español como segunda lengua, según el Censo; donde 7.8 millones de personas estudian el castellano; donde el Instituto Cervantes tiene representaciones en Nueva York, Chicago, Albuquerque y Seattle, con la intención de extenderse a Los Ángeles, San Francisco y Houston; donde existe un Aula Cervantes en Boston; y donde la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) tiene sedes en San Antonio, Los Ángeles, Chicago y Seattle.

Nunca como antes un idioma ha servido para defenderse. El español, y con él sus hablantes que han sido ofendidos hasta la ignominia en esta época electoral, han sido bienvenidos por un exmisionero en su campaña política. Salve, pues, su misión quijotesca.

Con lanza en astillero, nuestro idioma cabalga de nuevo.