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El ‘delito’ de hablar español en un país de inmigrantes

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En un momento de su violenta y delirante diatriba, el hombre captado en video hace unos días vociferando insultos contra un joven puertorriqueño que hablaba en español por teléfono con su madre mientras esperaba su vuelo en el aeropuerto de Reno, Nevada, dice completamente fuera de sí: “¡Es un delito!”.

Como si el idioma de Cervantes fuese una total calamidad para los habitantes de este o de cualquier otro país de habla no castellana, “Mike” —como así se identifica al hombre blanco en silla de ruedas que no para un solo momento de expresar improperios ni de hacer señas obscenas— se autoexcluye de este modo de la realidad multicultural del Estados Unidos contemporáneo, donde, después del inglés, el español es el segundo idioma que más se habla en el país, con cerca de 40 millones de personas que lo prefieren, según un estudio del Pew Research Center de 2013.

A primera vista, dicha respuesta pasa inadvertida porque la vertiginosa forma en que “Mike” suelta uno tras otro sus improperios impide que uno se detenga a reflexionar, pues la indignación de quien ve dicho video va in crescendo a medida que también sube de tono la sorpresiva reacción del estadounidense.

Pero obviamente “Mike”, quien al parecer también es veterano de las Fuerzas Armadas como el puertorriqueño que ataca, no sabe lo que dice, pues ¿dónde estaba este estadounidense y tantos como él cuando la nación se transformó, que no se dio cuenta de nada?

El miedo al “otro”, aunado a la engañosa autosuficiencia de un discurso eterno sobre el país “más poderoso del mundo” que solo “debería” hablar inglés, es lo que seguramente enardece a gente como él. Y se han multiplicado por millones en el régimen que ahora atosiga a la diversidad cultural de un país como Estados Unidos.

Esto lo vemos y confirmamos ahora casi a diario en nuevos incidentes captados en video de gente blanca que ya no oculta su odio racial, lo que a su vez complementa la retórica antiinmigrante que animó la campaña del actual presidente y que sigue alimentando en sus discursos desde la Casa Blanca.

¿Qué de malo —o “delictivo”, en el ilusorio mundo de “Mike”— hay en hablar dos o más idiomas en este o en cualquier otro país del planeta, como se lo demostró inmediatamente el joven boricua Héctor Torres al responderle a la perfección, tanto en español como en inglés? ¿Ser bilingüe es ser delincuente? Pobres de los políglotas: les esperan varias cadenas perpetuas en el Estados Unidos de Trump.

Tan vasta es la importancia lingüística, cultural, política e incluso económica del idioma español en Estados Unidos, que se ha creado todo un universo alrededor de este desde hace ya muchas décadas, universo lingüístico que por sí mismo es autosuficiente, a través de pequeños, medianos y grandes negocios, medios de comunicación, o publicidad que produce millones de dólares a industrias como la automotriz, la telefónica, la inmobiliaria o la bancaria, los cuatro grandes pilares en que descansan sobre todo las obligaciones fiscales que mantienen a flote las economías locales.

El Instituto Cervantes, la Academia Norteamericana de la Lengua Española (ANLE), los centros de extensión académica que la propia Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) tiene en ciudades como Chicago, Los Ángeles o San Antonio, son solo algunos ejemplos de esfuerzos de años de presencia hispana en este país que mercen atención y respeto, no rechazo e insultos.

¿Hipocresía, ignorancia, racismo, resentimiento? ¿Todas esas cosas a la vez? Las respuestas pueden no ser difíciles. Lo complicado y doloroso es saber ahora que gente como “Mike” está cansada de no saber escucharnos, y está dispuesta a seguir así.

De cualquier modo, dudo mucho que 40 millones de hablantes de español incurramos en “delincuencia lingüística”. No habría prisiones suficientes para hacernos callar.