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Alabama: manos que trabajan, temen y esperan

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BIRMINGHAM, Alabama  –  ¿Cuántos indocumentados en Alabama llenarían los requisitos de las nuevas regulaciones federales sobre la priorización de deportaciones si fueran detenidos?

Cada historia narrada, cada drama familiar, parece describir casos que se supone caigan en los lineamentos de esas regulaciones que establecen que la prioridad de las deportaciones serán quienes realmente suponen una amenaza para la seguridad pública y no padres y madres de familia que llegaron a ofrecer su mano de obra en diferentes rubros y a forjar un mejor porvenir para sus familias.

Con todo, la HB 56 parcial y temporalmente bloqueada mantiene a la comunidad inmigrante de Alabama en jaque. Con todo y la supuesta priorización de deportaciones, esa comunidad enfrenta el constante temor a una potencial detención y deportación por una ley que el propio Departamento de Justicia quiere frenar por anticonstitucional. La Secretaria de Seguridad Nacional (DHS), Janet Napolitano, dijo ante el Comité cameral Judicial que no están colaborando con Alabama en la implementación de la ley y que están cooperando con el Departamento de Justicia en su demanda para bloquear la ley. Una gran ironía.

Sólo mostrando sus manos, las mismas manos que llevan a cabo diversas labores importantes para la economía del estado y para el sostén de sus familias, las manos que acarician a los hijos que temen dejar atrás, algunos inmigrantes narran cómo la HB 56 ha volteado sus vidas.

Ahora que en el umbral del año electoral vuelven a soplar aires de proyectos de reforma migratoria en el Congreso, lo único que espera la comunidad inmigrante de Alabama y del país es dejar de ser explotada por políticos de diversa ideología y agendas. Su sufrimiento es genuino. Su necesidad es inmediata. Su espera ha sido larga.

Como dijo un padre de familia indocumentado al hablar de los políticos:  “que vean lo que está pasando aquí en Alabama, que nos escuchen ahora que los necesitamos…Que no se olviden que somos seres humanos como ellos”.

MANOS QUE HABLAN

Matrimonio indocumentado: “Salimos a la calle y se nos quedan viendo no sé si por odio o por lástima”, dice un matrimonio indocumentado de Costa Rica. Llevan 15 años en Alabama y tienen tres hijos: el menor, de 13 años,  es nacido aquí y los otros dos arribaron cuando eran bebés. Ahora tienen 17 y 16 años respectivamente, son Soñadores o DREAMers y sus planes de estudios universitarios están paralizados.

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Los hijos indocumentados: “La ley me aísla de mis amigos porque no tengo las mismas experiencias que ellos. Ellos tienen diferentes libertades… Yo tengo que ser más maduro que ellos y estar más al tanto del mundo real,  crecer más rápido que ellos”. Quiere estudiar psicología y su hermano quiere lograr una beca deportiva a través del soccer que practica. Sus sueños están en veremos.

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Madre e hija indocumentadas: “No entiendo cuál es la situación…El racismo no es contra los inmigrantes, es contra los hispanos”,  dice otra madre de familia, también de Costa Rica y  con siete años de residir en Estados Unidos, siete de ellos en Alabama. Su hija mayor, de 18 años, es indocumentada, su hijo menor es ciudadano estadounidense. Entre las ironías que narró, figuran que trató de ir a pagar los impuestos por la casa móvil de la cual es propietaria, pero no se los aceptaron por no tener documentación.

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“Para mí esto es odio, esto no es una ley”: Rosa María, madre de dos niñas ciudadanas.

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Familia de situación migratoria mixta: “Lo que queremos es que nos dejen trabajar tranquilamente. No venimos a hacerle daño a nadie”. Con veintidós años en Alabama y tres hijas ciudadanas, esta familia, espejo de otras tantas en Alabama, vive constantemente atemorizada por el espectro de la separación.

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Ana, mucama de un hotel: “Éramos doce (trabajadores inmigrantes) y quedamos cuatro. Aquí en el trabajo nos preguntan, ¿ustedes se van a ir, se van a cambiar de estado? A veces decimos, puede ser, todo depende, Pero no quiero dejar mi trabajo. Y esperemos en Dios a ver qué pueden hacer por nosotros”.

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Niña indocumentada: Muchos niños en Alabama viven en constante temor. “Llego a pensar que si nos quedamos solas no sabemos qué hacer, no tenemos a nadie que nos apoye”.

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Joven indocumentado: “A lo mejor el delito de uno es trabajar”, dice este joven cuya familia se regresó a México y se quedó solo. “Me quise quedar porque creo en el Sueño Americano, que esto que está pasando es como un mal sueño y que cuando despierte, será el sueño que todos hemos venido a buscar”.

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Padre de familia: “El problema no (es sólo) en Alabama, el problema es nacional”.

 

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Fotografías (crédito Maribel Hastings):

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